Gianfranco Bettetini, fallecido el pasado 12 de enero, cuando estaba a punto de cumplir 84 años, era una de las mayores figuras de la semiótica. Con experiencia de trabajo en la televisión, centró sus investigaciones especialmente en este ámbito. Estudió qué efectos tienen en el público las informaciones y las ficciones audiovisuales, y señaló las implicaciones éticas.
Bettetini fue catedrático de Teoría y técnica de las comunicaciones sociales y Director de la “Alta Scuola in Media Comunicazione e Spettacolo” en la Universidad Católica de Milán. Publicó libros y creó escuela.
Conocí a Gianfranco Bettetini a principios de los años setenta del siglo pasado. Era el momento de la eclosión del estructuralismo francés e italiano, y estaban muy de moda los escritos semióticos y estéticos de gentes como Roland Barthes, Christian Metz, Gillo Dorfles o Umberto Eco. Bettetini formaba parte de esa misma generación intelectual, pero tenía una vertiente profesional, además de la académica. Pienso que fueron sus trabajos directivos y creativos en la Rai los que dieron a su pensamiento un matiz realista peculiar que lo distinguía del estructuralismo “estricto”.
Mientras que él siempre se orientó teórica y prácticamente hacia una auténtica conversación con interlocutores, el discurso de sus colegas, impregnado de resonancias materialistas, quedó muy centrado en el estudio teórico de los sistemas de signos y códigos. La peculiaridad personal y profesional de Bettetini hizo que –digamos– su “fama semiótica” fuera entonces menos vistosa, por ejemplo, que la de su amigo y exuberante colega Umberto Eco. Menos vistosa, pero –a mi modo de ver– más sólida y duradera.
La realidad de las cosas
Intentando resumir con trazos fuertes y poco técnicos el pensamiento semiótico de Bettetini, en estos tiempos en que tanto se habla de posverdad, se podría decir que su empeño consistió en combatir racionalmente, avant la lettre, los rasgos sofísticos que este asunto plantea. Así destacan algunos puntos cruciales que distinguen su pensamiento respecto de la posición generalmente escéptica del estructuralismo. Porque su modo de entender los signos y el lenguaje implica un claro respeto por lo que se puede llamar aquí sin tecnicismos “la realidad de las cosas”.
Bettenini mantiene y actúa según una “gnoseología básica confiada” en esa realidad, con un planteamiento cercano a la “filosofía del sentido común” y a la actitud cultural de Gianbattista Vico. De tal modo que no son el lenguaje y sus estructuras y funciones los que actúan y construyen o determinan la realidad: la pragmática de Bettetini sostiene que somos las personas quienes en primer lugar actuamos sobre la realidad, cuando ofrecemos una información, una versión, un comentario o una invención en torno a la realidad.
Esto se pone de manifiesto cuando Bettetini habla de la presencia en los textos de las huellas de un enunciador (un hablante, o un guionista o un realizador, etc.) y del sentido acogedor para el deseo de saber de unos enunciatarios (destinatarios del mensaje) que son personas reales, en vez de usar –como hace Eco– expresiones que tienen un sentido más bien nominalista, al hablar de “autor y lector modelo”.
Capacidad veritativa y ética del lenguaje
A diferencia de algunos de sus colegas, que tienden a considerar que todo es cultura y opinión, y que colocan al margen de sus estudios la cuestión de la verdad, Bettetini mantiene una clara posición acerca de la capacidad veritativa y también de la correspondiente dimensión ética y retórica en el uso del lenguaje.
En esta perspectiva, tanto si se trata de cuestiones directamente relacionadas con la información periodística, como cuando se trata de la ficción, no se pronuncia –como muchos de sus colegas– ni por marginar el asunto ni por asumir una presunta imparcialidad lingüística o semiótica. Más bien plantea la conveniencia de que el “enunciador” deje ver a su destinatario su propia postura o visión axiológica, digamos filosófica y también ideológica, ante la realidad humana de que se trate. De tal modo que no se produzcan las consabidas “argucias o astucias”, cuando no manipulaciones en el uso del lenguaje y de los sistemas expresivos para lograr que los propios planteamientos del enunciador sean tomados sin más por parte del “enunciatario” como si fueran los suyos propios.
Alfabetización comunicativa
Por eso Bettetini plantea como cuestión necesaria y urgente la alfabetización comunicativa de los ciudadanos como público al que llegan informaciones, publicidades, propagandas y ficciones. Y por eso mismo también plantea como necesaria la preparación ética y epistemológica de los profesionales de la comunicación, en un mundo en el que prolifera la fragmentación cultural y el relativismo.
De ahí que aún le resulten ejemplares, con las necesarias adecuaciones al mercado en que hoy se encuentra la comunicación pública, los planteamientos que la televisión pública italiana mantuvo en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Porque entonces estaba más bien vigente un sentido de responsabilidad social en quienes elaboraban los contenidos de los programas, como manifestación de la conciencia de ejercitar un claro poder cultural e ideológico ante la audiencia. El entorno de la comunicación pública, solía decir Gianfranco Bettetini, es sin duda una media élite: un ámbito en el que siempre son unos pocos los que eligen qué es lo que se ofrece y llega a muchísima gente.
Por eso Bettetini promovió, no solo una escuela de estudios de posgrado para creadores y productores de espectáculos audiovisuales, sino que su mismo pensamiento en torno a la comunicación pública se desarrolló en el entorno intelectual de lo que llamaba “la conversación audiovisual”. Un pensamiento que en definitiva orienta la dimensión pragmática de la comunicación hacia planteamientos dialógicos, en vez de asumir la presencia inevitable de monólogos más o menos ocultos por parte de quienes tienen poder para hablar, emitir o comunicar. No pretendía inocentemente que quien hable no lo haga desde su visión del mundo, porque es inevitable hablar desde una perspectiva concreta. Simplemente, si se desea mantener una conversación genuina, mejor es evitar pretender hacerlo de modo engañoso.
Diría que, con mucha anticipación, Gianfranco Bettetini ha sabido detectar y rechazar algo que ahora se nos viene encima con la sofística o la posverdad, que son asuntos muy parecidos, en la medida en que implican un olvido voluntario de la realidad, y niegan que podamos conocerla y comunicarla con razón de verdad.
aceprensa.com
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