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viernes, 31 de marzo de 2017

A favor de una convención internacional contra los vientres de alquiler

Montecitorio, la sede de la Cámara de los Diputados italiana–como hace un año la Asamblea Nacional francesa–, se unió el 23 de marzo a un creciente clamor femenino mundial contra la utilización mercantil de la capacidad procreadora de la mujer. Se opone a transformar en derecho el deseo de quienes están dispuestos a tener hijos que no pueden traer al mundo de modo natural: desde la clásica esterilidad a las parejas homosexuales masculinas.
El simposio fue promovido por un movimiento interpartidista con el nombre de Se non ora quando-Libere. Y el título de la reunión no fue menos expresivo: “Maternidad en la encrucijada: de la libre decisión a la subrogación, un desafío mundial”.
Estuvo presente la vicepresidente del parlamento francés, la socialista Laurence Dumont, aunque no hubo un patrocinio explícito de la presidente de la Cámara italiana, Laura Boldrini, “porque en temas sensibles no se pueden apoyar iniciativas en las que existe una clara elección de una parte”.

Razones sociales, políticas, médicas, históricas

La ministra de Sanidad francesa, Beatrice Lorenzin, criticada en otros puntos, se ganó un buen aplauso en la reunión cuando afirmó que se trata de un comercio, de una práctica antigua con medios nuevos: “Cuando vea a una mujer rica, blanca, occidental, llevar durante meses en su útero a un hijo que lo será de una india pobre y estéril, entonces quizá admitiré la posibilidad de que la maternidad subrogada sea solidaria”.
Hoy por hoy, Beatrice Lorenzin, como los promotores del evento, no encuentra nada más cruel que privar a una madre de su hijo y convencer a jóvenes occidentales que puede ser un “don”. Más bien lo considera un robo organizado a sabiendas, a partir de opciones racistas que permiten elegir el mejor producto. Con una profunda humillación para la madre biológica: desaparecerá, después de haber servido como una incubadora. Salvo que los mandantes decidan no hacerse cargo del nacido, como ha sucedido en casos que alcanzaron notoriedad informativa.
También debe ser prohibida la gestación para un tercero a juicio de la ministra de Relaciones con el Parlamento, Anna Finocchiaro: organizar la producción y comercialización de un recién nacido es contrario al valor universal de la dignidad humana.

Voces diversas

En las sesiones se pudieron oír voces de lugares diversos del mundo: Stephanie Thogersen, de Suecia, un país sin regulación jurídica de la maternidad subrogada; Sheela Saravanan, de la India, donde se abusa de la pobreza, el analfabetismo, la sumisión, también por personas de países occidentales –como Alemania– que no admiten la subrogación en su territorio, pero aceptan las del extranjero.
No faltaron informes de fondo, como el del psicoanalista Fabio Castriota, que analiza los traumas que este procedimiento provoca en los nacidos, a raíz de la ruptura entre madre e hijo naturales, que deja en ambos una huella indeleble.
La escritora Susanna Tamaro tuvo una intervención brillante, dentro del estilo de los ensayos breves que publica en la prensa italiana bajo la rúbrica “cuore pensante”. Se titulaba “Útero en alquiler, no en mi nombre”. Recuerda las investigaciones de Iliá Ivánovich Ivanov, discípulo de Iván Pávlov, sobre inseminación artificial de caballos, pocos años antes de la revolución soviética. A partir de 1925, la Academia de Ciencias de la URSS le concedió una financiación sustancial para llevar a cabo ambiciosos proyectos. Aunque murió fracasado, fue el primer científico en tratar a la mujer como mera máquina reproductora, en el intento de dar a luz un híbrido de chimpancé y ser humano. Hasta que en 1997, un biólogo estadounidense planteó la posibilidad de implantar en el útero de una mujer un embrión híbrido producido in vitro. La ideología marxista leninista daría paso a un capitalismo sin alma, un nuevo tótem idolátrico con una sola ley: la del deseo individual y el beneficio que se puede obtener para satisfacerla. Pero se justifica con la apelación al amor, caballo de Troya a través del cual se condicionan las conciencias.

Recomendaciones para a la ONU

Las sesiones no fueron sólo teóricas. El simposio se clausuró con la firma de un aquilatado texto, discutido durante tres horas, y dirigido a la sede la ONU en Ginebra, con destino a los organismos responsables del respeto a la Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación de la Mujer (CEDAW), así como de las relativas a los derechos humanos y a los derechos de la infancia. Pide la apertura de un proceso para recomendar la prohibición de la maternidad subrogada, en cuanto incompatible con los derechos humanos y la dignidad de las mujeres.
El deseo de ser padre o madre no puede elevarse a derecho individual, en favor de quien contrata –como si fuera una cosa– el cuerpo de una mujer y se apropia de la vida de un niño. La maternidad, realidad eminentemente humana, expresión notable de la dignidad femenina, se rebaja a algo mecánico, y los elementos del proceso se dividen en parcelas que se convierten en mercancías. Se limita de hecho la libertad de la mujer, en términos comparables a la abolida esclavitud. El actual mercado en este campo es una auténtica derrota para la mujer y las convenciones internacionales vigentes.
Justamente porque el fenómeno es internacional, su abolición debe serlo también, como señaló hace un año en París la parlamentaria socialista Laurence Dumont. Promovió entonces, junto con la filósofa Sylviane Agacinski, la primera gran movilización para proteger a los seres humanos de la mercantilización de la vida. Ahora, desde Roma, se envía una nueva petición a la ONU: prohibir la maternidad subrogada como práctica lesiva de los derechos humanos, como “cuestión de civilización” a juicio de la pensadora francesa. Dumont recordó en Roma que la propuesta cuenta con el apoyo de candidatos de izquierda a la presidencia gala, Benoît Hamon y Jean-Luc Mélenchon.

Como describió en Avvenire Marco Tarquinio, se trata de una movilización en evidente crecimiento, que une a hombres y mujeres de diferentes culturas, personas creyentes y no creyentes, ciudadanos del norte y del sur.

Salvador Bernal
Aceprensa

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