La Fundación José Manuel Lara ha reeditado muy oportunamente La sombra del tiempo, de Carlos Pujol (1936-2012), con ocasión del homenaje dedicado en enero de 2017 a este sabio novelista, poeta, aforista, ensayista, traductor y editor, miembro durante décadas del Premio Planeta.
Cuando publica su primera novela (La sombra del tiempo,1981), Carlos Pujol es ya un reconocido crítico literario y traductor, y autor de diversos ensayos sobre literatura francesa, materia en enseñó en los años 70 en la Universidad de Barcelona: Voltaire (1973), Balzac y La comedia humana(1974), La novela extramuros (1975), ABC de la literatura francesa (1976), Leer a Saint-Simon (1979).
Con todo este bagaje, Pujol se muestra desde su primera obra de creación como un novelista maduro y con un modo personal de entender y practicar la literatura. Tal y como se aprecia en La sombra del tiempo y en su obra en general, para Pujol la literatura es ante todo y sobre todo arte; por tanto, no debe autolimitarse a ser un producto comercial, ni tampoco una clase de historia ni un instrumento didáctico al servicio de una causa por noble que sea.
Puesto que concibe la literatura como una diversión inteligente, considera que el autor ha de tratar de decir algo serio divirtiendo y haciendo sonreír al lector, de modo que todo lo que se diga tenga gracia e interés. El humor y la ironía son, pues, elemento esencial de su literatura, como también la voz del narrador, su modo de contar, que es lo que hace la literatura. Su estilo huye de lo enfático y sobrecargado, quiere ser sobrio, con una expresión rica pero sencilla, clara y concreta.
La sombra del tiempo hará disfrutar a los amantes de la buena literatura con una obra que tiene por protagonistas a la ciudad de Roma y a Clara, una joven aristócrata francesa que llega a la Ciudad Eterna huyendo del Terror de la Francia revolucionaria. Con erudición disimulada, la obra se desarrolla en un contexto histórico y cultural minuciosamente elegido:
Roma durante el invierno de 1799 y en vísperas de la llegada de las tropas francesas, tal como la ciudad es recordada años después por la protagonista. Esta Roma de finales del Siglo de las Luces, que acusa el impacto de la Revolución Francesa y el fin del Antiguo Régimen, es más que un escenario exánime, es por sí misma un personaje inolvidable que contagia e impregna de dulce melancolía los recuerdos de la narradora, donde se mezclan armónicamente el arte y la vida.
La música, la poesía y la arquitectura son motor de la evolución vital de la protagonista y de su complejo reencuentro con la ciudad que había soñado gracias a las Vedute di Roma, los grabados de Piranesi que le mostraba su padre cuando era niña. Realidad y ficción se entrelazan también armónicamente en la interacción entre personajes históricos y ficticios.
Entre los primeros destacan el cardenal de Bernis, antiguo embajador francés en Roma, y san Benito José Labre (“il santo”), patrón de vagabundos, mendigos y peregrinos, que en la obra es un escurridizo trotamundos con fama de milagrero. Aparecen también fugazmente otros personajes históricos como el embajador español Nicolás de Azara; el papa Pío VI, que morirá en el exilio; José Bonaparte y, bajo un nombre ficticio, el poeta Lord Byron.
La novela es una cordial invitación a vivir unas horas en la Roma de 1799, dejarse llevar por una atmósfera romana reconstruida con tanta precisión como disimulo y reflexionar sobre el poder y la libertad, el arte y el paso del tiempo, como en una conversación de un paseo entretenido por una ciudad histórica y poética, artística y mística.
El lector curioso puede descubrir las entretelas de la novela en la web del Fondo Personal Carlos Pujol, donde encontrará cartas que recibió el autor con motivo de la publicación de la novela, reseñas y estudios críticos, el retrato de personajes históricos y hasta la traducción de las expresiones latinas empleadas por algunos personajes de la novela.
Teresa Vallès Botey
Universitat Internacional de Catalunya
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