Los padres de Charlie entran en el Tribunal Británico |
El caso del pequeño Charlie Gard es la expresión más palmaria de una de las grandes perversiones morales de nuestro tiempo: identificar la dignidad humana con el derecho a la muerte, mucho más que con el derecho la vida. Los padres de Charlie, un bebé víctima de una enfermedad irreversible –según los médicos de un hospital de Londres–, se han opuesto a la decisión de la Justicia británica –ratificada después por los tribunales europeos– de suspender el tratamiento de su hijo ante la existencia de otras voces científicas que sostienen que hay posibilidades ciertas, aunque objetivamente escasas, de cura.
Si aceptamos –que es mucho aceptar– el concepto de «muerte digna» y reconocemos –que es mucho reconocer– que la muerte sea una opción voluntaria fruto de un mero ejercicio de libertad individual, ¿por qué se les niega a unos padres la opción voluntaria de explorar cualquier posibilidad, por remota que sea, para que su hijo pueda continuar con vida? Discrepo de ese concepto de libertad individual que algunos creen que hay que respetar obligatoriamente cuando alguien decide morir, pero el caso de Charlie es especialmente sangrante porque lo que se le está negando a unos padres es la misma libertad individual que sí se les reconoce a quienes desean poner fin a su existencia.
Un agravio inmoral, una desigualdad perversa que retrata el declive de esta sociedad presuntamente moderna. Hasta ahora la degradación del concepto de cultura de la vida venía de la mano de la sublimación del concepto de cultura de la muerte, pero lo ocurrido con Charlie Gard resulta todavía más injusto, porque lo que se impone en este caso es una obligación legal de morir, lo que significa –en aras de un sedicente progreso– que hemos invertido peligrosamente la escala natural de valores humanos.
abc.es
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