Ante la multiplicación de cambios de sexo en menores, médicos y psicólogos se preguntan si hay realmente un aumento de casos de disforia o precipitación en el diagnóstico. La mayoría de los niños que se sienten incómodos con su sexo biológico, advierten distintos especialistas, acaban aceptándolo en la adolescencia.
Al Servicio de Desarrollo de Identidad de Género, del Reino Unido, se remitieron en 2009 los casos de 97 menores de 3 a 18 años con supuesta disforia de género, para darles tratamiento y cambiarlos de sexo. En 2014 ya sumaron 468, y en 2016, precisamente, 2.016. Fueron, informa la fuente, 616 niños y 1.400 niñas “según el sexo asignado al nacer”.
El científico y articulista Marcus Gregory, homosexual, atisba que el origen de esta proliferación hay que buscarla en los contenidos que inculca el sistema educativo . “La educación transgénero en las escuelas británicas –subraya– les enseña a los niños que ellos tienen ‘cerebros azules y rosados’ y que quienes muestran un comportamiento atípico en cuanto al género son transgénero. En Australia (…) a los menores se les dice que ‘el género de un 4% de la población no coincide con el sexo que le fue asignado al nacer’ (…). Cuando a los niños, que se están formando un sentido de que son chicos o chicas, se les dice constantemente que no estar conforme con el género significa que se es transgénero, terminan por creérselo”.
Supresión del debate
También la Dra. Michelle A. Cretella, presidenta del American College of Pediatricians, habla de ello en su artículo “Disforia de género en los niños y supresión del debate”.
La experta lamenta que algunos profesionales que se han atrevido a cuestionar la base científica de las terapias de transición de género en niños, hayan sido marginados o directamente expulsados de sus puestos. Así ocurrió con el Dr. Kenneth Zucker, quien dirigió durante treinta años la Child Youth and Family Gender Identity Clinic, en Toronto, y que por mucho tiempo ha sido un abogado de los derechos de homosexuales y transexuales, cuando dijo que la mejor ayuda que se podía ofrecer a los niños prepuberales con disforia de género era trabajar con ellos para que alinearan su identidad de género con su sexo anatómico.
Otro caso es el del Dr. Eric Vilain, jefe de la división de Genética Médica en la Universidad de Los Angeles. En un análisis publicado hace dos años en Los Angeles Times junto con el también experto Michael Bailey, ambos dejaron claro que favorecer la transición al “género sentido” por los menores con disforia no podía ser dogma de fe: “Como científicos que estudian el género y la sexualidad, le podemos decir con confianza: en este momento nadie sabe lo que es mejor para su hijo”. Asimismo expresaron que “la inmensa mayoría de los chicos varones con disforia de género estudiados hasta el momento se han convertido en hombres jóvenes satisfechos de seguir siendo varones. Más del 80% de ellos se reajustó en la adolescencia”. La acusación contra Vilain fue que había ofendido a la comunidad LGTB, y las cosas que se dijeron de él no fueron bonitas.
Sin embargo, el gobierno de Barack Obama, que dio orden –luego revocada– de facilitar la elección de baños a los escolares, decidió no incluir las terapias de reasignación de sexo en la cobertura sanitaria pública. Según explica la Dra. Cretella en otro texto sobre el tema, en el verano de 2016 el gobierno federal desestimó dar ese paso porque expertos del Departamento de Salud lo desaconsejaron, al concluir que los riesgos eran muy altos y los beneficios muy poco claros.
Si no hay trastorno, no hay tratamiento
Uno de los argumentos más al uso para justificar la aplicación de terapias de reasignación de sexo a un menor de edad con disforia es que la tensión resultante de estar “atrapada en el cuerpo equivocado” puede conducir a la persona a atentar contra su propia vida. La madre de un niño de 7 años, nombrado Brody al nacer y ahora Maya, es contundente: “Prefiero tener una hija transgénero que un hijo muerto”.
Pero la Dra. Cretella advierte que la transición al otro sexo no evita los suicidios. Según señala, la aplicación del protocolo de transición al “género sentido” no resuelve el problema, y lo ilustra con el caso de Suecia, donde los adultos que se han sometido a terapias de reasignación muestran una tasa de suicidio 20 veces mayor que la de la población general.
“Cerca del 90% de las personas que se suicidan tienen diagnosticado un trastorno mental, y no hay indicios de que los menores con disforia de género sean diferentes en esto. Muchos chicos disfóricos necesitan sencillamente de terapia para llegar al fondo de su depresión, que bien puede ser el mismo problema que desata la disforia de género”.
Sin embargo, Asociación de Psiquiatría de EE.UU. (APA) ha eliminado de su último Manual de Diagnóstico (DSM-V) el término trastorno para referirse a este problema. Se ha adoptado en cambio el más aséptico concepto de disforia de género, que erradica cualquier posibilidad de clasificar como enfermo al individuo que muestra sus síntomas. Pero al no aceptar la posibilidad de que el componente psicológico de la persona es el que necesita atención, se impide a los especialistas proveerle la asistencia adecuada.
Riesgos de la reasignación
La reasignación de sexo no tiene en cuenta la vulnerabilidad psicológica de niños y adolescentes, a los que se les ofrece, en pleno proceso de madurez cerebral, tomar un camino que en muchos casos no tiene vuelta atrás. Ahora bien, si no se les permite conducir ni beber alcohol hasta los 18, por no ser lo suficientemente responsables de sus actos, ¿hay que entender que a los 7 o a los 14 conocen a la perfección los riesgos y derivaciones de someterse a una terapia de reasignación?
Los riesgos de este procedimiento están documentados. De los bloqueadores hormonales, que se aplican en la primera fase para evitar que se manifiesten en la adolescencia los rasgos propios del sexo del chico, la Dra. Cretella señala que, además de desmineralizar los huesos e incrementar los riesgos de fractura en la adultez, potencian la obesidad, el peligro de padecer cáncer testicular, y pueden dar lugar a un declive cognitivo paulatino. Más tarde, en una segunda fase, llega el momento de inocular las hormonas del otro sexo, que también, según varios estudios, puede dar lugar a enfermedades cardiovasculares, trombos sanguíneos, diabetes y varios tipos de cáncer.
Un dato curioso es que, entre estas dos primeras fases (la tercera es la quirúrgica), no se han comunicado casos de interrupción del tratamiento. No hay incertidumbre en los menores, ninguno de ellos duda. Según la Dra. Cretella, es una muestra de que los protocolos médicos están concebidos para empujar definitivamente a los niños a identificarse como transexuales.
Marcus Gregory, por su parte, advierte que se ha erigido una barrera para quienes deseen echarse atrás: el proceso ha sido socialmente atestiguado y los padres han invertido recursos en ello, por lo que dar la vuelta sería embarazoso para el implicado y para su familia; no es una opción. Pero se estima que entre el 75% y el 95% de los niños que rechazan su sexo biológico dejarán de experimentar esa sensación durante la adolescencia tardía.
El Dr. Vilain advierte: “Estamos colocando una carga sobre los hombros de estos niños –dice a la cadena estadounidense NBC–. Los estamos poniendo en un sendero que tendrá muchísimas consecuencias médicas y quirúrgicas (…). Lo que me preocupa es que, de hecho, habrá en los próximos años un considerable número de estos chicos en un camino del que no sabemos exactamente adónde lleva”.
Luis Luque
Aceprensa
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