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lunes, 30 de enero de 2012

“¡Si sólo tengo diez hijos!”

   Son las 7.30 de la mañana. El timbre del despertador pone el cronómetro en marcha. Eloína y Luis se desperezan en cuestión de segundos. Al otro lado de la puerta el trajín matutino está a punto de comenzar en este piso de la calle Alta. Ella es ama de casa y él, profesor de instituto. Juntos han formado una de las familias más numerosas de Cantabria. Ni más ni menos que diez hijos, de entre 2 y 19 años. Turnos para el aseo, desayunos, carreras por el pasillo, mochilas a la espalda y la mirada puesta en el reloj. Hay que darse prisa para llegar a tiempo al colegio, al instituto y a la universidad. Y el ritmo no decae: la jornada no ha hecho más que empezar.

   El mismo ajetreo, en mayor o menor medida, experimentan a diario 275 hogares cántabros, la minoría poseedora del título que acredita a aquellos que aún desafían la tendencia impuesta por la coyuntura económica y el cambio social y lejos de conformarse con ‘tener la parejita’ –la aspiración mayoritaria entre los matrimonios que estrenan paternidad y no quieren quedarse con un único hijo– apuestan por un modelo familiar cada vez más extinguido: con cinco descendientes o más. Integran la ‘categoría especial’ de familias numerosas, en la que se incluyen también las unidades familiares de cuatro hijos si al menos tres de ellos proceden de parto, adopción o acogimiento múltiples o aquellas cuya renta per cápita no supera el 75% del Salario Mínimo Interprofesional.

Con un sueldo
   Tomar la decisión de formar una familia ‘super numerosa’ (las numerosas a secas serían las de tres hijos, agrupadas en la ‘categoría general’, que en 2011 contabilizó en la región un total de 5.662), implica, casi siempre, que la madre se dedique de lleno al cuidado y mantenimiento de la casa y los niños, representando el sueldo del progenitor el único ingreso fijo. Organización, austeridad e ingenio, estas son las claves que apunta Ignacio del Moral, médico especialista en Anestesiología y Reanimación y padre de siete hijos –dos chicos y cinco niñas, de entre 4 y 16 años–, para sobrellevar las consecuencias de una crisis galopante a la que no se le acaba de encontrar la puerta de salida. “Es fundamental hacer una verdadera empresa de la familia, economizar e invertir en lo necesario, haciendo partícipes a los hijos de la situación para que aprendan la importancia de cuidar lo que se tiene y de tener lo que realmente se necesita”, afirma el también director del Hospital virtual Valdecilla.

   No cabe duda de la excepcionalidad de ambos casos cuando las malas expectativas laborales y los apuros económicos no invitan precisamente a aumentar la familia. De hecho, los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) sitúan a los cántabros con una de las tasas brutas de natalidad más bajas (9,27 por cada mil habitantes). Juan Carlos Zubieta Irún, sociólogo de la Universidad de Cantabria, interpreta que “la estructura de la familia y específicamente el número de hijos está relacionado con factores económicos y culturales, pero añade otro factor determinante: el psicológico. “El temor a cómo evolucionará la situación económica, unido a la incertidumbre laboral llevan a muchas parejas a tener menos hijos de los que les gustaría”. En opinión de Eloína Estévez, “la economía no debería ser quien condicione la maternidad”.

“Sueño cumplido”
   “Cuando te planteas un nuevo embarazo, piensas en si tienes capacidad de querer a otra persona, no en cómo le vas a vestir”, añade en este sentido Ignacio del Moral. Él, que también procede de una familia numerosa, y su mujer, Elena, siempre tuvieron claro cómo deseaban que fuese su vida en común, y hoy pueden decir que han cumplido su sueño. “Cuando nos casamos no nos planteamos el número de hijos, eso lo hemos ido decidiendo sobre la marcha, disfrutando de cada uno y decidiendo el momento en el que estábamos preparados y con ganas de tener otro”. Y de hecho, la posibilidad de que la familia siga creciendo no está descartada.

   Una breve conversación con él basta para percibir el entusiasmo y el orgullo que irradian cada una de sus palabras. “Somos felices. Tenemos una familia maravillosa y, por eso, no elegiría otro estilo de vida, volvería a hacerlo un millón de veces”. Hace hincapié en el ejemplo de generosidad y de convivencia que representa su esposa. Y por eso matiza: “trabajamos los dos, ella en casa y yo fuera”.
Comenta el ambiente que reina en su hogar, de cariño y alegría, aunque no deja de reconocer que sacar adelante a una familia así también “requiere mucho trabajo, esfuerzo, paciencia y sacrificio, sobre todo por parte de Elena, que es la que lleva el peso”. “Cuando hablo de sacrificio me refiero a pequeños detalles del día a día: a no poder acabar de leer el periódico o sentarte un rato a ver la televisión porque una de las pequeñas te reclama para jugar o uno de los chavales necesita ayuda con los deberes, por ejemplo”.

   Eloína también habla con total naturalidad de su evolución familiar. “¡Si sólo tengo diez!”, dice sin un ápice de sorna. Por su elección de vida, ha tenido que oír comentarios fruto de la intolerancia. “Me he mordido muchas veces la lengua, pero me han dicho auténticas barbaridades. Yo no le digo a nadie lo que tiene que hacer con su vida, por eso pido el mismo respeto para los que decidimos aprovechar el maravilloso don de la maternidad que Dios nos ha dado. Mi marido, Luis, y yo nos casamos con la intención de formar una familia cristina y estamos siendo consecuentes con la respuesta que dimos aquel día sobre la apertura a la vida cuando el cura nos preguntó: ¿estáis dispuestos a tener los hijos que Dios nos mande?”. Y aún cabe la posibilidad de que llegue el hermano número once –un aborto lo impidió en el verano de 2010-. “La naturaleza es la que es y tengo 43 años”, responde cuando se le interroga por esa opción.

   La concepción ideológico-religiosa y los valores culturales están muy relacionados con el tamaño de la familia. Además, el sociólogo Juan Carlos Zubieta apunta que “en los últimos años, en España están surgiendo familias numerosas como consecuencia de la unión de parejas que aportan en ambos casos hijos de matrimonios anteriores”.

   Las críticas que comentaba Eloína también tienen su contrapunto: “Hay gente que nos para por la calle para darnos la enhorabuena”. A aquellos que no aciertan a comprender cómo se organizan estas grandes familias o que, incluso, las perciben con estereotipos y prejuicios, Ignacio del Moral les invitaría a disfrutar de un día en su casa, “se quedarían boquiabiertos de la normalidad y la maravilla que se iban a encontrar”. “Para mí, más que una decisión valiente, formar una familia numerosa es un acto de confianza en el matrimonio y una prueba de madurez y de enorme responsabilidad. Y la base de todo esto, el núcleo, es la pareja. Por eso, cada año procuramos disfrutar de unos días de asueto sin niños”. Como en cualquier familia, los abuelos juegan aquí un papel fundamental.

   A Eloína, sus diez hijos tampoco le suponen ningún sacrificio personal. “Tengo una vida social como la de cualquier otra mujer, quedo con amigas, participo en cursos del centro cívico, formo parte de la AMPA del colegio… No estoy sola, cuento con el apoyo total de mi marido, que es profesor de instituto, tiene horario de mañana y las vacaciones al mismo tiempo que los niños, lo que supone una gran ventaja”.

   Ignacio y Eloína coinciden en que, visto desde fuera, sacar adelante una familia tan numerosa como las suyas “puede parecer más complicado y más costoso económicamente de lo que realmente es”. Sí que estamos hablando de dos carros semanales de compra, con cantidades por producto –como 30 litros de leche o 60 yogures– que otras familias no gastarían ni en un mes entero, pero después se normalizan otras medidas de austeridad que contribuyen al ahorro. “Como curiosidades, nuestros siete hijos han utilizado el mismo cochecito de bebé y hay zapatos y ropa que utiliza ahora la pequeña y que en su día estrenó la mayor”, dice Del Moral. En este sentido, alaba de nuevo la labor de organización y sobriedad desempeñada por su mujer.

   Por su parte, Eloína comenta que le sale más rentable hacer un pedido a la semana y comprar la carne, el pescado o la fruta –mínimo dos kilos al día– a medida que se va necesitando. Ha comprobado que si llena la despensa y la nevera para tirar el mes, se agota el suministro antes del día 31. Y no es un error de cálculo, “simplemente si lo tienes en casa se gasta antes”.

Mudanza inevitable
   Las dos familias que relatan sus experiencias en estas líneas han tenido que hacer frente a otra de las circunstancias que contribuye a frenar la natalidad: el cambio de vivienda. Tener tres o más hijos suele implicar la necesidad de una casa más grande. “A nosotros todo se nos acaba quedando pequeño”, comenta entre risas Eloína. Hace unos años hicieron mudanza para instalarse en un piso más amplio de la calle Alta. Aún así, cinco de los hijos comparten habitación. Y de la misma forma que a la casa le acaban faltando metros cuadrados, el coche termina por no tener plazas para todos, lo que implica que, por ejemplo, para ir de vacaciones “tengamos que enviar a los mayores en autobús”, explica la madre. Por ahora, Ignacio no tiene ese problema. Su vehículo tiene capacidad para toda la familia –son tres menos–, pero sí que pasaron de vivir en un piso en Cazoña a una casa en Puente Arce.
Ambos elogian las cualidades y los valores que han inculcado a sus hijos. “Diversos estudios han puesto de manifiesto que, en comparación con las familias con un solo hijo e incluso con las que tienen dos, en las familias numerosas es más frecuente que adquieran mayores habilidades sociales –aprenden con mayor facilidad a convivir y a compartir (espacios, juguetes, ropa etc.)– y es común que aumente la ayuda mutua. También aumenta la empatía, se manejan mejor en los conflictos interpersonales, aprenden a negociar y a ceder, y es común que se produzca un reparto de funciones entre los miembros de la familia para responder a las mayores necesidades comunes, así se estimula el sentido de la responsabilidad”, explica Zubieta. Eloína e Ignacio certifican cada una de estas conclusiones.

Se triplican los casos de familias numerosas en seis años
   Más de 5.600 familias cuentan en la actualidad con el título de familia numerosa en Cantabria. De entrada, la cifra llama la atención, y más si se observa la evolución de los últimos años. Sólo de 2005 a 2011 se han triplicado.

   Teniendo en cuenta la progresiva caída de natalidad y el bajo índice de fecundidad (número de hijos por mujer), que en la región se ha reducido hasta 1,26 –la media nacional es de 1,40–, cabe preguntarse qué factores han motivado este incremento. El principal, la ampliación del abanico.
Desde 1994 tres hijos es número suficiente para recibir el título –previamente eran cuatro, o tres siempre que uno tuviera minusvalía o incapacidad laboral–. En 1998, se incluían los casos con dos hijos y algún caso de minusvalía o incapacidad, y se extendía el límite de edad de los hijos de los 18 a los 21 años (25 si seguían estudiando).

   También la Ley de protección de 2003 incluyó nuevas situaciones familiares: supuestos de monoparentalidad, ya sean de origen o derivados de un divorcio o fallecimiento de uno de los progenitores, y familias reconstituidas con tres hijos a su cargo.

Además, hoy en día están contemplados los casos de viudedad con dos descendientes.

The Family Watch

1 comentario:

  1. ¡Fascinada! Qué vivan las familias numerosos! Qué las familias modernas no le tengan miedo a los niños por nacer!

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