"¿Quién dice la gente que soy yo?" Jesús nos
dirige también hoy a nosotros esta pregunta, no tanto para examinarnos
doctrinalmente cuanto para que analicemos qué lugar ocupa Él en nuestro
corazón, qué influencia ejerce en nuestra vida diaria su palabra, qué
colaboración prestamos a la difusión de sus enseñanzas.
Jesús, nos dice el Papa, es el rostro humano de la
misericordia infinita de Dios. ¿Quién
dices tú que soy yo? es la pregunta que nos hace Cristo ahora. Y la respuesta,
de modo especial en este año, debe ser difundir la misericordia divina por
todas partes.
La advertencia a olvidarnos de nuestros egoísmos y a cargar
con la cruz de cada día, lleva a muchos a atenuar el compromiso con Él y a
pensar que ello puede complicarnos la vida tornándola menos placentera. Aparece
entonces una suerte de miedo a seguirle.
Considerar el bienestar material como criterio exclusivo de
actuación eliminando todo lo que suponga esfuerzo conduce justamente a esa
tristeza que se intenta eliminar, porque no serán sólo las grandes desgracias
(la enfermedad, la ruina económica, la muerte de un ser querido y necesario...)
las que empañarán esa tranquilidad burguesa, sino los mil pequeños sucesos
molestos de los que está sembrada la vida.
La alegría que se funda únicamente en el placer se apaga
muchas veces y, a medida que se avanza en edad y se debilitan las facultades,
se oscurece también ese bienestar o se torna más precario o imposible.
Quien tiene miedo a Dios y a sus exigencias, no le conoce
bien y, siguiendo a S. Agustín, debería recordarse: "Si tienes miedo a
Dios no huyas de Él, huye a Él". Esto es, conócele, trátale en la lectura
atenta de se Palabra y en los Sacramentos, particularmente en la Eucaristía y
la Penitencia.
"Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. -Será, en todo
caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... -Purifícate.
Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego...no te faltarán las
limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente
la suya: ¡Él!" (S. Josemaría Escrivá).
"¿Quién dice la gente que soy yo?" ¿Es el Señor para mí el agua que apaga la sed
de infinito de mi alma (Cf Jn 4,14), el pan que alimenta y da la vida eterna
(Cf Jn 6,35), el amigo verdadero (Cf Jn 15,15), la luz que aclara y descifra
los enigmas de la vida humana y quien nos ama con una intensidad sin parangón
en esta vida y que como un don inmerecido se nos concede?
Debemos perder el miedo al compromiso con Jesucristo y no
dudar que firmarle un cheque en blanco es suscribir una póliza de seguro a todo
riesgo, porque Él ofrece una seguridad que este mundo no puede proporcionar.
En la actualidad, para la mayoría de los cristianos, llevar
la cruz es ir a contracorriente en la sociedad en que vivimos. Lo escuchamos al cardenal Cañizares el pasado
jueves en la catedral de Valencia: " Seguiré yendo a contracorriente
alejado de lo políticamente correcto, sin odio ni rencor hacia nadie. Seguiré
enseñando la Verdad, aunque me crucifiquen". Buen ejemplo nos da el
arzobispo para seguir a Jesús con valentía.
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