A la salida del metro Estrecho, en Madrid, pregunto a un joven inmigrante cómo llegar a la calle Cenicientos 8, sede de la ONG Gastronomía Solidaria, que llevan adelante el chef Chema de Isidro, su esposa Beatriz Burgos y otras personas convencidas de que, arrimando el hombro y echándole horas, el árbol torcido sí que puede enderezarse. “Venga, yo voy para allá”, me dice, y nos adentramos unas cuantas calles en el barrio de Tetuán.
Están aquí para aprender. Chema –que llega a los pocos minutos con Beatriz– lleva adentro a la “tropa” y les da la misión del día: hacer pizza, pero el proceso completo, desde la masa. El chef, que comenzó con ellos en abril de este año, los está formando como pinches de cocina, y con los vientos de popa que impulsan a la gastronomía española, es muy probable que tengan en sus manos un contrato en cuanto termine el curso.
La meta es sencilla y trabajosa a la vez: alcanzar la normalidad. Y es la transformación que muchos dicen percibir en sus vidas: “Ese es el cambio. Que deseen dejar de delinquir o de estar en la calle perdiendo el tiempo. Que ahora sientan amor por la cocina, por una profesión. Que quieran tener una vida normal, que nadie se cruce de acera cuando uno de ellos les pase por al lado. Que nadie les vea con miedo. Y es que ellos mismos tienen miedo a las entrevistas de trabajo. Te dicen ‘qué van a pensar de mí’, cuando van a un sitio en el que saben que su perfil es este. Pero ellos quieren formar parte de la sociedad y nosotros les machacamos mucho en eso: en que pueden llegar a tener una vida completamente normal”.
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Juan Ramón Domínguez-Palacios / lacrestadelaola2028.blogspot.com
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