Pueblo de Sión: mira al Señor que viene a salvar a los
pueblos. El Señor hará oír la majestad de su voz, y os alegraréis de todo
corazón.
Mira al Señor que viene...Iba a llegar el Salvador y nadie
advertía nada. El mundo seguía como de costumbre, en la indiferencia más
completa. Sólo María sabe; y José, que ha sido advertido por el ángel.
El mundo
está en la oscuridad: Cristo está aún en el seno de María. Y los judíos seguían
disertando sobre el Mesías, sin sospechar que lo tenían tan cerca. Pocos
esperaban la consolación de Israel: Simeón, Ana...Estamos en Adviento, en la
espera.
Y en este tiempo litúrgico la Iglesia propone a nuestra
meditación la figura de Juan el Bautista. Este es aquel de quien habló el
profeta Isaías diciendo: Voz del que clama en el desierto: preparad el camino
del Señor, enderezad sus sendas.
La llegada del Mesías fue precedida de profetas que
anunciaban de lejos su llegada, como heraldos que anuncian la llegada de un
gran rey. «Juan aparece como la línea divisoria entre ambos Testamentos: el
Antiguo y el Nuevo. El Señor mismo enseña de algún modo lo que es Juan, cuando
dice: La ley y los Profetas hasta Juan Bautista.
Toda la esencia de la vida de Juan estuvo determinada por
esta misión, desde el mismo seno materno. Esta será su vocación; tendrá como
fin preparar a Jesús un pueblo capaz de recibir el reino de Dios y, por otra
parte, dar testimonio público de Él. Juan no hará su labor buscando una
realización personal, sino para preparar su pueblo al Señor. No lo hará por
gusto, sino porque para eso fue concebido. Así es todo apostolado: olvido de
uno mismo y preocupación sincera por los demás.
Juan realizará acabadamente su cometido, hasta dar la vida
en el cumplimiento de su vocación. Muchos conocieron a Jesús gracias a la labor
apostólica del Bautista. Los primeros discípulos siguieron a Jesús por
indicación expresa suya, y otros muchos estuvieron preparados interiormente
gracias a su predicación.
La vocación abraza la vida entera y todo se pone en función
de la misión divina. De la respuesta que Juan dé más tarde, hace depender el
Señor la conversión de muchos de los hijos de Israel.
Cada hombre, en su sitio y en sus propias circunstancias,
tiene una vocación dada por Dios; de su cumplimiento dependen otras muchas
cosas queridas por la voluntad divina: «De que tú y yo nos portemos como Dios
quiere -no lo olvides- dependen muchas cosas grandes».
Es momento de preguntarnos ¿Acercamos al Señor a quienes
nos rodean? ¿Somos ejemplares en la realización de nuestro trabajo, en la
familia, en nuestras relaciones sociales? ¿Hablamos del Señor a nuestros compañeros
de trabajo o de estudio?
El Señor nos pide también que vivamos sin alardes, sin
afanes de protagonismo, que llevemos una vida sencilla, corriente, procurando
hacer el bien a todos y cumpliendo nuestras obligaciones con honradez. Sin
humildad no podríamos acercar a nuestros amigos al Señor. Y entonces nuestra
vida quedaría vacía.
Somos testigos y precursores. Hemos de dar testimonio, y, al mismo tiempo,
señalar a otros el camino. «Grande es nuestra responsabilidad: porque ser
testigo de Cristo supone, antes que nada, procurar comportarnos según su
doctrina, luchar para que nuestra conducta recuerde a Jesús, evoque su figura
amabilísima.
Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al
vernos: éste es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es
fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado,
porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama».
Nuestra gran alegría será haber acercado a Jesús, como hizo el Bautista, a
muchos que estaban lejos o indiferentes. Sin perder de vista que es la gracia
de Dios y no nuestras fuerzas humanas la que consigue moverles hacia Jesús. Y
como nadie da lo que no tiene, se hace más urgente un esfuerzo por crecer en la
vida cristiana, de forma que el amor de Dios sobreabundante pueda contagiar a
todos los que pasan por nuestro lado.
La Reina de los Apóstoles aumentará nuestra ilusión y
esfuerzo por acercar a los demás a su Hijo, con la seguridad de que ningún
esfuerzo es vano ante Él.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas. (Lc 3, 10-18)
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: Entonces, ¿qué debemos hacer?
Él contestaba: El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?
Él les contestó: No exijáis más de lo establecido.
Unos soldados igualmente le preguntaban: Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
Él les contestó: No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga.
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com
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