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domingo, 16 de diciembre de 2018

EL DÍA DEL SEÑOR: 3º DOMINGO DE ADVIENTO

La Misa de hoy comienza con unas palabras del Apóstol san Pablo a los Filipenses: «estad siempre alegres con el Señor, os lo repito, estad alegres»; quien escribe esto es un hombre que ha experimentado en su propia carne toda clase de tormentos y, en su interior, un número grande de luchas e incertidumbres. Nosotros también, muchas veces, podemos sentir que nos tienta la tristeza o, por lo menos, una especie de sentimiento interior que se ha popularizado con el término «bajón»: «hoy no voy a clase, o no hago tal o cual plan porque estoy de bajón».
Pascal, en uno de sus Pensamientos, dice de sí mismo que «el tiempo y mi humor no están de acuerdo. Tengo mis neblinas y mis días hermosos dentro de mí mismo». Nuestra alegría, en general podíamos decir nuestro humor, no puede depender únicamente de las condiciones atmosféricas o circunstancias que atravesemos; nuestro humor debe ser reflejo de nuestro interior; que sí, tiene sus alternancias, sus entusiasmos y bajones o decepciones, pero que podemos contener o corregir. 

Al meditar hoy sobre esta virtud de la alegría, cada uno de nosotros debemos examinar si somos o no personas que nos dejamos llevar por los acontecimientos o circunstancias como las veletas son conducidas por el viento; si procuramos mantener un optimismo lógico, no hay que caer en un buenismo infantil, ante las dificultades y si sé, esto es fundamental, encarar los distintos golpes que voy recibiendo en un clima sobrenatural. ¿Puedes decir que eres alegre?

«“Servite Domino in laetitia!” —¡Serviré a Dios con alegría! Una alegría que será consecuencia de mi Fe, de mi Esperanza y de mi Amor…, que ha de durar siempre, porque, como nos asegura el Apóstol, “Dominus prope est!”»… —el Señor me sigue de cerca—. Caminaré con Él, por tanto, bien seguro, ya que el Señor es mi Padre…, y con su ayuda cumpliré su amable Voluntad, aunque me cueste”[14]. En este punto, san Josemaría utiliza unas palabras del Apóstol Pablo que están presentes en toda la liturgia de Adviento: «El Señor está cerca», cercanía que aplicamos a los pocos días que faltan para su Nacimiento, pero cercanía que es también real en cada uno de nuestros días.

Dios está cerca de mí: cuando me levanto, cuando voy, cuando vengo, cuando estudio o hago deporte, cuando me lo paso bien con mis amigos… Ese Dios cercano es el que tenemos que descubrir; ese Dios cercano es, en última instancia, el motivo de mi alegría. Así, puedo entender el testimonio de los mártires, alegres en medio de su sufrimiento, o de tantos enfermos que, con ocasión de esa enfermedad suya tremenda, se han acercado a Dios y viven con serenidad y paz ese momento de dificultad.

No debemos confundir o reducir la alegría a grandes carcajadas, chistes ingeniosos y una fiesta continua, sino a ese poso del alma que me hace encajar con buena cara, a veces después de un proceso interior de lucha, las distintas circunstancias.

Cuando te notes triste, cuando la vida se te haga un poco cuesta arriba, cuando «no estés motivado», cuando todo y todos te cansen o te exasperen, mira a tu alrededor a ver dónde está Jesús, porque, a lo mejor, lo dejaste un poco abandonado, porque quizá se te olvidó pasar tiempo con Él o lo hiciste de una manera rutinaria… Vuelve a ponerte a su lado, vuelve a estar cerca, muy cerca de Él, y volverá la alegría al alma.

Evangelio

San Mateo 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

—«Entonces, ¿qué hacemos?».

Él contestó:

—«El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:

—«Maestro, ¿qué hacemos nosotros?».

Él les contestó:

—«No exijáis más de lo establecido».

Unos militares le preguntaron:

—«¿Qué hacemos nosotros?».

Él les contestó:

—«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga». 
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
—«Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

Juan Ramón  Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com

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