En sociedades pluralistas, sería deseable que las opiniones que pueden arrojar luz sobre asuntos controvertidos pudieran debatirse abiertamente, aunque sean polémicas.
Parece que no ha ocurrido así en el caso de James Damore, un programador despedido por Google el pasado 7 de agosto por mantener que la desigual presencia de mujeres y hombres en las profesiones tecnológicas puede deberse en parte a razones biológicas.
La escasez de mujeres en el sector tecnológico es un problema conocido en Silicon Valley. Las mujeres solo representan el 31% de la plantilla de Google, un porcentaje similar al de otros gigantes tecnológicos como Microsoft (26%), Apple (32%) o Facebook (35%). Y la cifra es todavía más baja entre los puestos técnicos: un 20%, en Google.
Damore trató de explicar a qué puede deberse ese desequilibrio en un documento interno de 10 folios. Hay que tener en cuenta que Google permite a sus empleados “cuestionar a los ejecutivos sénior e incluso burlarse de las estrategias de la empresa en foros internos”, según informa Daisuke Wakabayashi en The New York Times.
El joven ingeniero escribió el documento durante un vuelo de doce horas entre China y Estados Unidos, lo que se nota en la redacción y la coherencia del texto. Claro que tampoco contaba con que saliera a la luz pública. Aun así, muestra sus opiniones con educación y trata de aportar razones para sostener sus ideas.
Una caja de resonancia ideológica
Damore denuncia la corrección política que rodea a los asuntos de género. La hostilidad hacia las opiniones que se apartan del discurso dominante en este tema “ha creado una caja de resonancia ideológica en la que algunas ideas son tan sagradas que no pueden ser discutidas con franqueza”. En su opinión, esto ha llevado al “extremismo” de pensar “que todas las desigualdades que existen [entre hombres y mujeres] son producto de la opresión”, y a un “autoritarismo”, según el cual “debemos discriminar para corregir” esa opresión.
La tesis principal de Damore es que no todas las diferencias entre mujeres y hombres responden a motivos sexistas, es decir, injustos. Argumenta cómo la biología puede influir en los intereses y capacidades de unas y de otros, lo que al final les llevaría a decantarse por determinadas opciones profesionales. Es decir, que el contexto social –con sus prejuicios y estereotipos– no es suficiente para explicar por qué hay menos mujeres en las profesiones tecnológicas.
Antes de enumerar algunas diferencias entre los sexos que él atribuye a condicionamientos biológicos, aclara: “No estoy diciendo que todos los hombres difieran de todas las mujeres en los siguientes aspectos ni que esas diferencias sean ‘justas’. Solo sostengo que la distribución de las preferencias y capacidades de los hombres y las mujeres responde en parte a causas biológicas. Estas diferencias pueden explicar por qué no hay igual representación de hombres y mujeres en ámbitos como la tecnología y el liderazgo”.
No todas las diferencias son sexismo
Según Damore, en general las mujeres están más interesadas en los sentimientos y la estética que en las ideas, en las personas que en las cosas; y de ahí su inclinación a trabajar en áreas sociales o artísticas. También son más cooperativas que los hombres, mientras que su menor competitividad puede jugarles malas pasadas a la hora de negociar sus condiciones laborales o de dirigir. Sufren más ansiedad y tienen menos tolerancia al estrés –añade Damore–, por lo que suelen preferir trabajos menos estresantes y que les permitan llevar una vida más plena. Otra diferencia es que suelen preocuparse menos que los hombres por el estatus.
La prueba de que Damore no es un machista recalcitrante es que, tras exponer esas diferencias, propone medidas para que las mujeres tengan más incentivos para trabajar en Google y en otras empresas tecnológicas. Por ejemplo, propone que la ingeniería de software esté más orientada a las personas, facilitando la programación por parejas; anima a que el comportamiento colaborativo se tenga en cuenta para ascender en la carrera profesional; pide que Google siga dedicando recursos a la reducción del estrés; sugiere que se incentive más el trabajo a tiempo parcial para quienes quieran equilibrar el trabajo y la vida fuera de la oficina.
A lo que se opone Damore es que “prácticamente cualquier diferencia entre hombres y mujeres se vea como una forma de opresión hacia las mujeres”. También rechaza que la diversidad en el sector tecnológico se consiga a golpe de “prácticas discriminatorias”, como los programas y las clases “solo para personas de un género o raza determinadas”.
Ni solo biología ni solo cultura
Damore no cita fuentes científicas en el texto, aunque en una nota al pie se ofrece a presentarlas para continuar la discusión. Quizá le pareció que un memorándum interno, escrito en un avión y sin vistas a ser leído por todo el mundo, no requería de un aparato crítico. De todos modos, el exempleado de Google no es un ignorante en la materia, pues estudió sistemas biológicos en Harvard y amplió sus estudios en el MIT.
Durante las últimas semanas, distintos expertos se han ido sumando al debate abierto por Damore para señalar aspectos ciertos, interpretables o erróneos en su escrito. En un reciente artículo publicado en The Conversation, Alice H. Eagly, profesora de psicología en la Northwestern University e investigadora durante casi 50 años en temas de sexo y género, hace un repaso sobre la investigación en este ámbito. Su conclusión es que ni los estudios científicos que solo atienden a los factores biológicos ni los que solo miran a los socioculturales pueden explicar de forma satisfactoria el hecho de que las mujeres estén menos representadas que los hombres en las profesiones tecnológicas. En este tema, sostiene, deberíamos estar abiertos a “reconocer la posibilidad de que tantos los factores biológicos como los sociales influyan en los intereses y las capacidades profesionales”.
Lo positivo de la polémica
Las tesis de Damore admiten réplicas, pues el debate sobre el peso de la biología y de la cultura en las diferencias entre mujeres y hombres sigue abierto. Pero da la sensación de que el rechazo que ha generado su documento no se basa tanto en razones fundadas como en que no baila al son de la música políticamente correcta. Como dice Damore en su informe, “mi argumento principal es que profesamos una intolerancia hacia ideas y pruebas que no encajan en una determinada ideología”.
No lo ve así la vicepresidenta de diversidad, integridad y gobernanza de Google, Danielle Brown, para quien la variedad de posturas es bienvenida siempre que las opiniones expuestas estén en sintonía “con los principios de igualdad de empleo contenidos en nuestro Código de Conducta, políticas y leyes contra la discriminación”.
Uno podrá estar más o menos de acuerdo con el análisis de Damore o con las medidas correctoras que propone para que más mujeres trabajen en el sector tecnológico, pero cabe preguntarse si sus opiniones realmente se pasaban de la raya “al promover estereotipos de género nocivos en nuestro espacio de trabajo” -como alegó Sundar Pichai, director ejecutivo de Google-, y si merecía el despido.
En esta polémica, la libertad de expresión ha salido perdiendo. Al menos en este punto, parece que Damore tiene razón: hay una caja de resonancia en los asuntos de género que impide discrepar y que se ve reforzada ante el silencio de los que callan por miedo a ser penalizados. Google ya lo ha experimentado: pocos días después del despido, Pichai optó por cancelar una reunión sobre el memorándum porque los trabajadores no se sentían cómodos para expresar sus opiniones libremente.
El hecho de que esta polémica siga dando que hablar indica que Damore ha tocado una fibra sensible. Y dado que no es fácil concluir cómo influyen la biología y la cultura en el reparto de funciones entre hombre y mujeres, sería bueno dejar abiertas las puertas del debate y no convertirlo en dogma indiscutible.
aceprensa.com
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