El Señor podría dirigirnos hoy esta misma pregunta: ¿Quién soy Yo para vosotros? La diversidad de opiniones de entonces con respecto a Jesús no sería muy distinta a la que existe hoy. Se admite que Jesús es un hombre admirable, un hombre de Dios, pero ¡Dios hecho hombre...! Aquellas palabras del escritor ruso: “¿puede un hombre culto, un europeo de nuestros días, creer aún en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios?” (Dostoyevski).
¡Confesemos la divinidad de Jesucristo, porque si la fe del centurión despertó en Él su admiración, la confesión de Pedro provocó un verdadero torrente de elogios: “¡Dichoso tú Simón...!”, y esta alabanza a Pedro nos alcanzará también a nosotros!
En su primer encuentro con Simón Pedro, Jesús le había adelantado que se llamaría Cefas, Roca en arameo (Cfr Jn 1,42). Ahora, años después, al volverlo a llamar así, los discípulos podían contemplar la roca sobre la que Herodes había construido un gran templo de mármol dedicado a Augusto. Al lado de aquella enorme construcción, Pedro, un modesto pescador de Galilea y cuya fragilidad queda patente en los Evangelios, podría parecer insignificante, y Jesús un soñador. Pero el tiempo ha dado la razón a Jesucristo.
“Tú eres Pedro”. Estas palabras cobran toda su fuerza para nosotros cuando se leen, como debe ser, en el contexto de todo el AT. La imagen de la roca, era una imagen clásica con la que se designaba a Yahveh, y muy próxima a la de templo. “Tú eres Pedro... aunque Yo soy la piedra inconmovible, la piedra angular..., sin embargo, también tú eres piedra (Pedro), porque eres consolidado por mi propia fuerza y porque las prerrogativas que son y siguen siendo mías, las compartes conmigo por la comunicación que Yo te hago de ellas” (S. León Magno Serm. 4).
“Te daré las llaves”. Las llaves del Reino le habían sido prometidas al hijo de David. En ese Reino, sólo el Mesías poseería las llaves con pleno derecho, como enseña el Apocalipsis (Cfr 3,7). Pedro debió quedar mareado ante esta promesa. Sin embargo, el sentido era claro: el Reino de los Cielos aquí en la tierra estaría en sus manos. Y para reforzar sus palabras, Jesús le asegura explícitamente que todos sus actos serán ratificados en los cielos. Jesús conoce la debilidad humana —como la de Pedro— y el escándalo que ella puede despertar cuando quienes le representan en la tierra no están a la altura de su misión. Con todo, ha querido que su mensaje de salvación sea difundido de modo infalible por su Iglesia. Pedro es el representante personal, el vicario de Cristo en la tierra, la Cabeza del Colegio Apostólico.
Dejemos a un lado las críticas y las reticencias hacia la Iglesia, como si Ella y sus enseñanzas estuvieran en contraste con lo que Jesús hizo y dijo. Nosotros no sabríamos hoy quién es Jesucristo, qué hizo y qué dijo a no ser por la Iglesia. Hay que ser consecuentes con la lógica de la Encarnación, por la que la divinidad se adapta a la debilidad humana. Para estar seguros de que tenemos el tesoro de la verdad salvadora de Cristo, hay que amar el vaso de barro que la contiene.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (Mt 16, 13-20)
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: –¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: –Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Él les preguntó: –Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: –Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: –¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo. Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
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