¿A quién votar cuando el candidato oficial de tu partido y el del partido rival no te parecen idóneos e incluso contradicen tus convicciones personales? La pregunta se la están haciendo los republicanos y los demócratas que no quieren votar ni a Donald Trump ni a Hillary Clinton. El dilema ha suscitado un debate sobre la “ética del voto”, que puede interesar también a los votantes de otros países.
Tal y como lo han planteado algunos medios, desde el punto de vista ético el dilema sería el siguiente: cuando estoy convencido de que los programas de los dos candidatos con opciones reales de ser elegidos presidente perjudicarán a la sociedad, ¿me puedo limitar a salvar la propia conciencia por medio de la abstención o del voto a un candidato marginal? ¿O estoy obligado a elegir al menos malo de los dos candidatos probables, en aras del bien común?
La izquierda y el “mal menor”
The Washington Post presenta a los partidarios de la primera opción como puristas demasiado preocupados por su integridad moral y menos por la suerte de la sociedad. Para refutarlos, Ilya Somin, profesor de derecho en la Universidad George Mason, recurre a una analogía muy exagerada: es cierto que a nadie le gustaría tener que elegir entre la ambiciosa reina Cersei de Juego de tronos y Sauron, el señor oscuro de El Señor de los Anillos. Pero a los preocupados por convertirse en cómplices morales de una o de otro –añade–, habría que hacerles ver que, en esas circunstancias no deseadas, lo correcto sería votar a aquel de los dos que va a perjudicar a menos gente.
En este ejemplo, opina Somin, sería Cersei (o sea, Clinton), pues con toda lo injusto que fuera su régimen, siempre habría menos víctimas que en el de Sauron (Trump). Visto así, el voto a favor de Cersei no solo no tiene nada de malo, sino que es la mejor opción: “El resultado neto de su acción es positivo: menos muertes y menos esclavitud. Y su intención también es buena. No pretende ayudar a Cersei a cometer atrocidades. Por el contrario, las detesta y solo vota a Cersei para evitar un mal mayor”.
Desde las páginas del mismo diario, Julia Maskivker, profesora de teoría política en el Rollins College, va todavía más lejos y sostiene que acercarse a las urnas con la única preocupación de salvar los muebles de la conciencia podría resultar en una conducta inmoral. “Si nuestro voto forma parte de la masa de votos que contribuyen a la derrota del ‘mal menor’, provocando entonces la elección del peor candidato, obligamos a la sociedad a pagar el precio de nuestra conciencia limpia”.
Cada cual responde de su voto
Tanto Somin como Maskivker se dirigen a los votantes de izquierdas afines al fallido Bernie Sanders y que ahora se están planteando abstenerse o votar a Jill Stein, candidata a la Casa Blanca por el minoritario Partido Verde. Ambos intentan persuadir a esos indignados con el establishmentdemócrata de que, por mucho que les desagrade Clinton, siempre será mejor que “entregar” la presidencia al imprevisible Trump.
Pero esta especie de chantaje –si no votas al candidato A, de hecho estás dando la victoria al candidato B– no se sostiene. Como dice Matthew J. Franck en Public Discourse, una revista que se ha convertido en un referente de los conservadores norteamericanos, nadie puede colgar sobre los hombros de un único votante la carga de unas elecciones. Ni siquiera en el hipotético caso de que el suyo fuera el voto del desempate, pues entonces habría que decir lo mismo de cualquier otro votante, cuyo voto condujo a ese empate.
En las circunstancias especiales de este annus horribilis que es 2016, Franck ha terminado por elaborar su propia ética del voto: “Vota como si tu papeleta no decidiera nada más que tu propio carácter. Vota como si las consecuencias públicas de tu decisión no contaran nada en comparación con las privadas”.
Para entender la postura de Franck, hay que tener en cuenta que los republicanos contrarios a Trump lo tienen todavía más difícil que los demócratas anti-Clinton. En efecto, quienes se definen como republicanos antes que como conservadores tienen la opción de votar al candidato libertario Gary Johnson, partidario del gobierno limitado, los bajos impuestos y el libre mercado. Pero es improbable que los republicanos genuinamente conservadores se decanten por Johnson, quien defiende el aborto mientras el feto no sea viable (antes de la semana 23), la legalización de la marihuana y el matrimonio gay. Por eso, se inclinan por la abstención.
La libertad, en juego
Pero no todos los conservadores piensan igual. A algunos, el planteamiento de Franck les parece demasiado cómodo, por mucho que en estas elecciones coincidan dos malos candidatos con opciones de ganar. ¿Desde cuándo el voto es un acto meramente privado, sin consecuencias sociales?, se preguntan. Y recurren al argumento del “mal menor” para apoyar a Trump.
“Si los intelectuales del movimiento conservador se abstienen de votar y convencen a otros conservadores de que hagan lo mismo –escribe Christopher W. Love en Public Discourse–, Clinton ganará casi seguro la presidencia. Esto no solo traerá cuatro u ocho años más de constantes políticas ‘progresistas’, sino la consolidación del poder [de la izquierda] en el Tribunal Supremo, quizá durante décadas”.
Love comprende a los republicanos favorables a la abstención. Y concede que ese voto de castigo podría llevar a la cúpula del Partido Republicano a replantearse su rumbo y a volver a sus ideas y valores de siempre. Pero acaba desaconsejándolo, pues cree que “si la agenda de la izquierda radical continúa expandiéndose, algunas libertades básicas podrían salir malparadas”. En concreto, le preocupa que la victoria de Clinton agrave el deterioro que a su juicio han sufrido la libertad de expresión y la libertad religiosa bajo los mandatos de Obama. “Aquellos que quieren abstenerse o votar a un tercer partido con el objetivo de propiciar la futura reforma del Partido Republicano podrían encontrarse pronto con que el espacio para buscar esa reforma ha desaparecido”.
Pero no está claro por qué Trump iba a permitir a los conservadores devolver al partido una identidad con la que el magnate nunca ha conectado.
El arte de la prudencia
La decisión no es fácil. De ahí la oferta de orientaciones por parte de los medios. Pero hay que reconocer que, en este dilema, la izquierda norteamericana se ha pronunciado con una contundencia mayor que los obispos católicos. Donde aquella impone la obligación moral de elegir el “mal menor”, estos se muestran más cautos y abogan por un juicio prudencial que no se base únicamente ni en las intenciones del votante ni en la ponderación de las consecuencias del voto.
En un documento aprobado en noviembre de 2015 por el pleno de la Conferencia Episcopal, Forming Consciences for Faithful Citizenship, los obispos dan algunas pautas que se alejan tanto de un relativismo que equipara todas las opciones, como de un puritanismo que acabaría excluyendo a los católicos del ámbito político.
Un principio general es “votar de acuerdo con una conciencia bien formada que perciba la relación apropiada entre los bienes morales”. Esto implica que “un católico no puede votar a un candidato que adopta una medida a favor de un acto intrínsecamente malo (…), si la intención del votante es respaldar esa medida”. Ahora bien, “puede haber ocasiones en que un católico que rechaza la postura inaceptable de un candidato, incluso sobre políticas que promueven un acto intrínsecamente malo, pueda decidir razonablemente votar a favor de ese candidato por otras razones morales graves. Votar en ese sentido solo sería aceptable si de verdad existen razones morales graves (…)”.
Sentadas estas premisas, los obispos abordan el dilema concreto al que se enfrentan los católicos “cuando todos los candidatos adoptan alguna postura a favor de un acto intrínsecamente malo”. Pero entonces no hablan de obligaciones ineludibles, como sí lo hace The Washington Post. “El votante puede decidir tomar el excepcional paso de no votar a ningún candidato o bien, tras deliberar con cuidado, puede decidir votar al candidato que previsiblemente menos promoverá la postura moralmente errónea y que previsiblemente más favorecerá otros bienes humanos auténticos”.
Para orientar en esta decisión, el documento ofrece otras dos pautas: percatarse de que “no todos los asuntos tienen el mismo peso moral”; y “tener en cuenta los compromisos adquiridos por un candidato, su carácter, su integridad y su capacidad de influir” en los debates controvertidos.
Los obispos son minuciosos y contemplan otros matices a lo largo del texto, cuyo objetivo es precisamente ayudar a formar las conciencias de los ciudadanos “en el ejercicio de sus derechos y deberes” en el ámbito político. Pero tienen claro que no les corresponde a ellos proclamar ningún dogma acerca de cuál es el candidato correcto.
Aceprensa
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