La Iglesia elevó ayer a los altares a la Madre Teresa de Calcuta, reafirmando su derecho legítimo a identificar como santos ante los creyentes católicos a aquellas personas dignas de veneración por las virtudes de su vida.
Teresa de Calcuta fundó la orden de las Misioneras de la Caridad para atender a los parias del mundo. Hoy el concepto de ONG está generalizado, pero no cuando la santa de Calcuta empezó a desarrollar su actividad. Desde entonces, Teresa y sus monjas avergüenzan a las sociedades desarrolladas con su alegría imposible entre tullidos, leprosos y enfermos incurables.
Convirtieron sus fundaciones en un centro de atracción para muchos jóvenes occidentales, que dedicaban sus vacaciones para conocer la otra cara de la vida. Muchos cambiaron su vida. Cuando a los enfermos de sida se les trataba como apestados, las Misioneras de la Caridad abrieron en 1985 un hospital en Nueva York. Es la India el país que identifica la labor de esta orden, pero la miseria que combatía la Madre Teresa de Calcuta está presente en todos los países.
Lo que animaba a la Madre Teresa era la defensa entusiasta de la vida humana. Rechazaba el aborto tanto como la eutanasia. Lo decía quien vivía rodeada de muerte y miseria sin límites. El Papa recordó ayer que la nueva santa «hizo sentir a los poderosos sus culpas ante los crímenes de la pobreza creada por ellos». Fue el vivo ejemplo de la opción preferencial por los pobres, núcleo irrenunciable de la palabra de Cristo.
Teresa de Calcuta no es una santa fácil. Su dedicación a los pobres no le ahorró críticas en vida y tras su muerte, por lo que sus detractores calificaban como afán de protagonismo o deficiente atención a los enfermos. También es Teresa de Calcuta otro signo de contradicción: su correspondencia privada reveló su lucha agónica, su particular «noche oscura», por una fe a la que no renunció y que fue la razón de su entrega, testimonio de santidad para los católicos y ejemplo para toda la humanidad.
abc.es
Homilía del Papa en la canonización: AQUÍ
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