Las victorias de Emmanuel Macron en Francia y de Mark Rutte en Holanda suponen un respiro frente al alarmismo de la narrativa que advierte sobre el ascenso de los partidos populistas en Europa. El auge de estas formaciones es real, pero no tanto como para acallar a la mayoría silenciosa a la que apelan los movimientos proeuropeos surgidos en los últimos meses.
Tras el triunfo de Macron en las presidenciales francesas, la palabra ilusión ha vuelto con fuerza al debate político. Antes que él la emplearon, con desiguales resultados, Pablo Iglesias y Albert Rivera en España. La música de fondo es parecida: frente al malestar de los ciudadanos con la vieja política, es preciso ofrecer algo nuevo. Y es aquí cuando empiezan las variaciones sobre el mismo tema: desde el izquierdismo disfrazado de transversalidad (Podemos) hasta el cambio de marca del “socialismo democrático” al “liberalismo progresista” (Ciudadanos), pasando por el reformismo socioliberal de la rebautizada como La República En Marcha.
El afán por vender aires de cambio –aunque a veces el cambio sea más de lo mismo– está funcionando bien en la desgastada Europa. Este es el signo de los nuevos tiempos que parece haber captado Macron, el más exitoso de los jóvenes políticos de la ilusión. Y a él se apuntan también –desde una posición no partidista– los nuevos movimientos ciudadanos a favor de una Europa unida.
Recuperar la emoción
Las emociones ocupan un lugar central en la crisis europea. Está el hartazgo de quienes ven que Bruselas apremia a adoptar políticas de austeridad, mientras se desentiende de los efectos colaterales de la globalización. O que sienten que su país ha perdido soberanía frente al “invisible proceso de colonización legal de la UE”, como lamentó el exalcalde de Londres Boris Johnson. O que son ninguneados por las mismas instituciones que pusieron a su disposición una herramienta para fomentar la participación en asuntos europeos, como les ocurrió a los 1,7 millones de ciudadanos que firmaron la iniciativa popular en defensa del embrión humano (“One of Us”). O que no comprenden que la próspera UE no haga nada por remediar “las muertes fácilmente evitables” de los refugiados en las costas europeas, como denunció el fotoperiodista Santi Palacios en la jornada “¿Qué te pasa, Europa?”, organizada por Conversaciones con…
En este clima de abatimiento, tan jaleado por los populistas, el movimiento Pulse of Europe hace un llamamiento a los europeístas para que llenen las calles con otro tipo de emociones. “Somos una especie de máquina de reanimación”, explica Daniel Röder, un abogado que puso en marcha la iniciativa junto con su mujer, Sabine, también abogada. “Lo cierto es que Europa no está anémica, como muchos creen. Todo lo que tenemos que hacer es recuperar la emoción”. El objetivo de este movimiento, resume el semanario alemán Die Zeit citando a Röder, es movilizar a “la mayoría silenciosa” frente a “las voces destructivas” que llenan el espacio público.
De ahí que su acción se centre en convocar manifestaciones de apoyo al proyecto europeo, con el himno de la UE incluido (la Oda a la Alegría). La primera concentración tuvo lugar en Fráncfort en noviembre de 2016 y congregó a unas 200 personas, cuenta en El País Luis Doncel; hoy están presentes en 80 ciudades de 12 países, y algún domingo –se reúnen todos desde hace unos meses– han participado más de 25.000 personas en varias ciudades.
Responsabilidad ciudadana
Los simpatizantes de Pulse of Europe reconocen que la UE necesita reformas. Pero eso no significa que haya que desmantelarla entera. O que los ciudadanos europeos no tengan nada que cambiar. El eslogan “Yo soy responsable de Europa” deja clara una de las prioridades del joven movimiento: el empeño por implicar a todos los europeístas en la defensa de un proyecto político que ha traído a Europa numerosas ventajas.
La génesis del movimiento es un ejemplo de responsabilidad ciudadana. Preocupados por el Brexit y el ascenso de los populismos en Europa, los Röder decidieron meterse en un terreno que desconocían hasta entonces: el activismo social. Se trata de “una iniciativa modesta”, apunta Doncel. Pero al menos están logrando “mostrar que el proyecto europeo no es algo defendido exclusivamente por burócratas sin ideología tan solo interesados en prolongar unas instituciones de las que se benefician”.
También la plataforma Civico Europa trata de espolear la responsabilidad de los ciudadanos para revitalizar la UE. Se definen como “un grupo informal de creadores de opinión” de todas las tendencias y generaciones, preocupados por “reinventar la relación entre los ciudadanos europeos y sus líderes políticos”. Lo que, en su opinión, debería traducirse en una UE más democrática.
Para eso se han propuesto organizar –en palabras de un manifiesto publicado por este colectivo el pasado 9 de mayo, Día de Europa– “un nuevo proceso participativo europeo que comience en otoño, cuyo propósito sea involucrar a los ciudadanos en la definición de las prioridades y los proyectos políticos de la Unión”. Y aseguran que “de ahí saldrán pactos cívicos en toda la UE que comprometan la responsabilidad de los ciudadanos”.
Civico Europa da continuidad al llamamiento que hicieron hace un año destacados intelectuales y líderes políticos a favor de “un nuevo renacimiento europeo”. Y aunque no se entiende bien en qué consistiría el proceso deliberativo recién anunciado, los nombres de las personalidades que apoyaron aquel llamamiento dejan entrever que no les sería difícil hacer llegar sus propuestas a los actuales líderes europeos, como dicen que han hecho. Entre los firmantes figuran políticos como László Andor, Alain Juppé, Felipe González, Maria João Rodrigues, Daniel Cohn-Bendit, Guy Verhofstadt; los filósofos Markus Gabriel y Cynthia Fleury; los escritores Roberto Saviano y Sofi Oksanen; el cineasta Wim Wenders…
La improbable “unión más estrecha”
Lograr una Europa más participativa y democrática también es el objetivo de Stand Up for Europe, un movimiento ciudadano que trata de crear sinergias entre grupos federalistas europeos. Su idea es que la UE es “un modelo exitoso, aún sin terminar”, por lo que es preciso seguir avanzando en la integración europea.
Surgió en Bruselas en diciembre de 2016, tras integrar a tres organizaciones federalistas, y tiene entre sus prioridades despertar el interés de los jóvenes por los temas europeos a través de una plataforma específica. También intenta implicarlos activamente en sus universidades, animándoles a crear grupos europeístas o a sumarse a los que ya están en marcha.
Pero la idea de una Europa federal, materializada en la cesión de más competencias a Bruselas, hoy resulta impopular entre muchos ciudadanos. Es verdad que la mayoría silenciosa a la que apelan los nuevos movimientos proeuropeos está ahí, y que incluso ha salido reforzada tras el Brexit. Así lo revelaba un reciente estudio de la Fundación Bertelsmann: un 70% de los ciudadanos de la UE se declara ahora a favor de la unión, cinco puntos más que en marzo de 2016, pocos meses antes del referéndum sobre el Brexit.
Sin embargo, como aclara Die Zeit a propósito de esos datos, el apoyo mayoritario a la UE no es un cheque en blanco para volver a la vieja doctrina de una “unión cada vez más estrecha”, la obligación contemplada en los Tratados constitutivos de la UE. Y aunque el aprecio por la UE es grande, el apoyo a una mayor integración política y económica ha caído en muchos países.
En Bruselas son conscientes de esta paradoja –concluye Die Zeit–, y hasta la Comisión Europea ha empezado a imaginar un futuro alternativo para la UE, presentando hasta cinco escenarios posibles en un Libro Blanco publicado en marzo.
Juan Meseguer
Aceprensa.com
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