Estados Unidos está viviendo una epidemia de muertes por sobredosis de opioides, y no ya por el triunfal regreso de la heroína –que también–, sino por el mal uso de analgésicos de prescripción que contienen derivados del opio. Según refiere el Wall Street Journal, uno de ellos, el fentanil, con una potencia 50 veces superior a la heroína, ha sido en 2016 la causa de la mayoría de los fallecimientos por consumo de drogas en varios estados de Nueva Inglaterra.
Uno de los que murió fue el cantante Prince, en abril. Varios reportes indican que había consumido precisamente fentanil, que habría adquirido en una farmacia cercana. No pasó nada aparentemente ilegal: fue solo un paciente que presentó una receta expedida por un doctor, obtuvo su pedido, se despidió del farmacéutico y, poco después, del mundo. Como él, y a causa de los opioides, murieron en 2015 unos 52.000 estadounidenses. Las cifras totales de 2016, cuando estén listas, no serán más alegres, habida cuenta de la recurrencia del tema en los titulares de prensa.
Por eso sorprende el aluvión de noticias de los últimos meses acerca de experimentos y tratamientos a pacientes aquejados de diversas dolencias a partir de sustancias declaradamente peligrosas. ¿El cannabis? No: apenas le queda un flequillo de rufián, pues el machacante uso de la expresión “marihuana medicinal” ha ido disfrazando sus efectos nocivos, al punto de que, según un sondeo de CNN, el tabaco ha pasado a ser visto por seis de cada diez norteamericanos como el malo de la película, en comparación con la marihuana.
Los actores ahora son otros: el ecstasy, la dietilamida de ácido lisérgico o LSD, el psilocybin (ingrediente que se halla en algunos hongos alucinógenos), etc. Y lo singular es que la estricta Food and Drug Administration (FDA) ha autorizado algunos de estos experimentos.
“¡Y muy pronto en los estantes…!”
En las historias que cuentan varios diarios norteamericanos resuena cada vez más cierto eco positivo de estas drogas. Un artículo del New York Times, de diciembre pasado, narra el caso de un joven aquejado de cáncer que participó en un test con psilocybin, desarrollado por el NYU Langone Medical Center. Todo fue tomar la píldora y comenzar a vivir –según sus propias palabras– “una epifanía”, a saber, visiones en las que el mundo giraba y se configuraba como un tablero de ajedrez con casillas azules y verdes; ya no le angustiaba la enfermedad, ni la idea de la muerte.
Como él, otros 28 pacientes oncológicos se sometieron al tratamiento, y según el estudio, el 80% de ellos mostró signos de mejoría de sus trastornos psicológicos al tomar una dosis sencilla, un alivio que se prolongó durante los siguientes siete meses.
Con el LSD también hay good news, esta vez desde Suiza. Allí, una clínica cercana a Berna aplicó una terapia complementaria con esa droga a 12 pacientes en fase terminal. Dos meses después, los ocho que recibieron dosis completas mejoraron en un 20% sus niveles de ansiedad, y los cuatro restantes, a los que se les suministró la mitad, quedaron menos satisfechos. Los investigadores, por su parte, constataron que la sustancia no había ocasionado efectos colaterales negativos, más allá de cierta angustia temporal.
Por último, está el ecstasy. El Times refiere la realización de dos ensayos con el narcótico en Charleston, Carolina del Sur, en los que se implicaron veteranos de guerra, víctimas de agresión sexual, policías y bomberos. El objetivo: erradicar o paliar el denominado “síndrome de estrés postraumático” (PTSD).
Según narra el diario, los pacientes estuvieron sometidos a psicoterapia durante doce semanas, y por tres días se les suministró, cada 24 horas, una píldora de ecstasy. Al término, los síntomas disminuyeron en un 56%. El Dr. Michael C. Mithoefer, al frente de la investigación, señaló que, con los tratamientos tradicionales, habría llevado años obtener esos resultados, de modo que la droga estaría funcionando como un “catalizador” para acelerar el proceso.
Tan sonado ha sido el éxito de la prueba, que la FDA ha dado su visto bueno para que sigan adelante los ensayos hacia la fase 3, el paso precedente a su aprobación como medicamento de prescripción, por lo que se estima que la pastillita llegará los concurridos estantes de las farmacias en 2021.
Por la misma senda que los opioides
Suele decirse que los errores de otros deben servir para evitar que el observador los repita, pero en el tema de las drogas no parece que sea así. La Agencia Antidrogas de EE.UU. (DEA), en su informe correspondiente a 2016, no solo constata de que el número de muertes ocasionadas por los analgésicos y ansiolíticos opioides ha ido al alza, sino que describe cómo, al abandonar el silencio de los laboratorios y llegar al “mundanal ruido” de las farmacias, cierto público no necesitado se las arregla para hacerse con ellos.
Algunos, por ejemplo, los consiguen gracias a las recetas de parientes o amigos; otros compran las recetas a los doctores; otros, empleados en centros de salud, las roban, como también hay quienes, pistola en mano, irrumpen en las farmacias y, además de llevarse lo que hay en la caja, cargan con las pastillas, o bien asaltan camiones de distribución. La droga, en fin, está más cerca de la gente, y la tentación es extender el brazo y tomarla.
Según estadísticas del gubernamental National Institute of Drug Abuse (NIDA), en 2011 los servicios de urgencia atendieron 1,2 millones de casos relacionados con mal uso de medicamentos de prescripción, de ellos unos 488.000 –el 32%– estaban relacionados con el consumo de fármacos opiáceos.
Podría ejercitarse, pues, la imaginación, y donde dice “analgésicos opioides” bien cabría “ecstasy”. Las emergencias hospitalarias por este alucinógeno, que en 2005 fueron 4.460, escalaron hasta las 10.176 en 2011. Bastantes menos que las de los opioides, ¿no? En efecto, pero hay una diferencia: en el primer caso, se habla de fármacos autorizados; en el segundo, de una droga ilegalizada por la FDA desde 1985.
No hay que hacer demasiados cálculos para avizorar lo que puede ocurrir finalmente si, en 2021, ingresa con su ropaje de legalidad en el selecto club de los medicamentos.
Más marihuana que cigarrillos
Adelantándose a lo que puede sobrevenir con estos experimentos de “descafeinización” de sustancias probadamente dañinas, algunas voces ya lanzan sus advertencias. Una de ellas, el psicoterapeuta Andrew Parrott, de la Swansea University, de Gales, expresa al New York Times que incluso administrar ecstasy en ambientes controlados a los aquejados por PTSD –que es lo que han hecho los equipos de Nueva York y Berna– puede estar emitiendo señales equivocadas.
“Envía el mensaje de que esta droga te ayudará a resolver tus problemas, cuando a menudo lo que hace es crearlos. Es una sucia droga y sabemos que puede hacer daño”, afirma, y añade que al dejar en manos de los médicos el administrar esta sustancia puede derivar en abusos parecidos a los que han desencadenado la actual crisis de opioides.
Por su parte, el Dr. William Breitbart, jefe del departamento de Psiquiatría del neoyorquino Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, refiere, respecto al psilocybin, objeciones parecidas sobre su uso con enfermos de cáncer. El experto cuestiona la fiabilidad del experimento del Langone, realizado con pacientes de diversas fases de la enfermedad, lo cual impedía distinguir la acción de la droga del alivio que se experimenta cuando pasan los efectos de la quimioterapia.
“La marihuana medicinal –añade– se nos vendió con el pretexto de que los pacientes de cáncer están sufriendo, así que, por compasión, hay que ofrecérsela”; pero “tienes la posibilidad de emplearla con otros fines”.
Valdría agregar: ¡y tanto! Con el exorcismo que los medios y los políticos se han encargado de hacerle al cannabis, no es extraño que sea la droga más consumida entre los estudiantes de varios niveles de secundaria. Los de último año de bachillerato que la probaron en 2016 fueron el 35,6%. Por contraste, los que fumaron cigarrillos de toda la vida fueron el 10,5%...
Darles carta de medicamento a los narcóticos puede ser, en fin, una gran “victoria” para algunos. Lo interesante será ver si, cuando se desboque el fenómeno, alguien podrá colocarle nuevamente las riendas.
aceprensa.com
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