Que sí, señores, que ya tenemos quien nos libere del sufrimiento y de la enfermedad. Es Podemos, que el 18 de enero registró en el Congreso de los Diputados una proposición de ley para legalizar la práctica de la eutanasia. De prosperar la iniciativa, el “¡muérete tú!” que su ideólogo Juan Carlos Monedero le largó en su momento a la jefa del FMI, Cristine Lagarde, se pudiera transformar en un “¡muéranse todos!”, a menos que los diputados de otros partidos abandonen su gelatinosidad en ciertos temas estrella de la corrección política y se pongan firmes.
La propuesta de la “casta” formación política tiene, sin embargo, tintes “compasivos”: podrán solicitar el suicidio asistido aquellas personas mayores de 18 años o menores emancipados que estén atravesando la etapa terminal de una enfermedad o que padezcan sufrimientos físicos o psicológicos intolerables. Según El Mundo, al referirse al proyecto de ley, una diputada de En Marea, Ángela Rodríguez, señaló que la “autonomía” es “el gran hilo conductor de esta ley”.
Y precisamente el punto de la autonomía del paciente, de su libertad para elegir qué quiere hacer con su vida, saltó a las noticias días después, pero no en España, sino en Holanda. Un despacho de EFE informó sobre una anciana a la que se aplicó la eutanasia… ¡sin consentimiento! La paciente, de 80 años, estaba afectada por el alzheimer, aunque no lo bastante como para perder el dominio de sí y pedir inconscientemente la aplicación de la inyección letal. Pero una doctora entendió que había llegado la hora.
Según explicó la comisión gubernamental que se encarga de la supervisión de estos casos, la especialista que le administró la muerte le había oído decir a la anciana en el pasado que “no quería acabar en un centro de mayores con demencia”, y que, a su tiempo, consideraría la posibilidad del suicidio asistido. En ningún momento dio el fiat definitivo, pero la doctora suplió lo que a la abuela le faltó decir: le puso secretamente en el café una dosis del sedante, y cuando entendió que estaba dormida comenzó a inyectarle el fármaco mortal. En reacción, la señora hizo por despertarse y forcejear, mientras negaba con la cabeza, pero la doctora pidió ayuda a los familiares para sujetarla y concluir el procedimiento.
La escena es, sencillamente, aberrante. La comisión ha reconocido, por primera vez desde que en 2002 se legalizó el suicidio asistido –tras muchos años despenalizado de hecho– , que la eutanasióloga, eutanatista o como quiera que se denomine a esta Dra. Muerte actuó “sin la autorización expresa” de la hoy finada, ergo, negligentemente. El expediente del caso será revisado ahora por el Ministerio Público y por el de Sanidad, y ahí ya nos enteraremos de cómo acabará la cuestión. En cuanto a la anciana… seguirá muerta.
Es ciertamente interesante el dato: sería “la primera vez” que se da un toque de atención a un médico por pasarse de la raya en una eutanasia. Tomando en consideración que solo de 2011 a 1025 murieron más de 23.000 personas por esta vía en el país de los tulipanes, lo asombroso es que no haya sucedido antes.
El matiz podría estar en que, aunque ya en Holanda se habían efectuado eutanasias sin consentimiento del paciente (1.040 solo en 1990, según el informe Remmelink), esta parece ser la primera vez que se aplica directamente contra la voluntad de la persona. Pero cabe preguntarse cuántos, además de la octogenaria ahora ejecutada, habrán tenido que ver, sin siquiera poder forcejear, cómo un señor de bata blanca le aplicaba la última aguja en sus venas porque sus familiares, a falta de un papel, entendieron que “él nunca hubiera querido verse así”.
“Y usted, ¿quiere vivir?”
Si existe algo de coherencia y sensatez, los simpatizantes de la eutanasia en España –que normalmente suelen ser los mismos del aborto y la gestación subrogada, y que son capaces de liarla parda si alguien les toca una ballena, un perro o un toro– tendrían que reflexionar sobre este efecto colateral de la legalización. Hoy ningún ministerio holandés tendría que estar revisando expediente alguno, o verificando si la abuela se resistió o no, de no ser eventualmente posible que a cualquiera se le aplique la inyección letal. Ni tampoco un médico se tomaría tan a la ligera la vida de una persona, como para justificar su eliminación con un “yo pensé que ella quería…”
Quien piense así, sea médico holandés o iluminado político español, se sorprendería al enterarse de por dónde van los deseos de personas con severas enfermedades neurodegenerativas. Como los enfermos de esclerosis lateral amiotrófica (ELA). ¿Recuerdan el cubo de agua helada que medio mundo estuvo echándose encima hace unos veranos para recaudar fondos? Pues bien: fue por ellos.
La cuestión es que un equipo del Wyss Center, de Suiza, ha desarrollado un dispositivo que conecta el cerebro a un ordenador para poder descifrar sus pensamientos –estos pacientes no pueden hablar–. A partir de las variaciones de oxígeno en el flujo sanguíneo, el ordenador detecta si la persona quiere decir sí o no. Y he aquí lo que explica el Dr. Niels Birbaumer, miembro del equipo: “Las principales preguntas que siempre les hacemos es si están deprimidos, si quieren vivir. Hasta el momento, gracias a Dios, no ha habido un solo paciente que dijera que no quería vivir”.
Es más que un sencillo mensaje: es un puñetazo. Va por la anciana holandesa. Va por Terri Schiavo, la joven estadounidense a la que su marido ordenó retirarle “compasivamente” la sonda de alimentación. Por los miles que no han podido evitar su desconexión no pedida, y sí: contra los abanderados de una hipócrita pseudolibertad que no sirve para nada a los desvalidos.
aceprensa.com
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