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domingo, 27 de enero de 2019

El día del Señor: domingo 3º del T.O. (C)

Cristo anuncia la liberación de los pobres, los cautivos y los ciegos, carencias que engloban todas las necesidades humanas tanto corporales como espirituales. Ella abarca la totalidad de las ataduras humanas, pero, especialmente, la del pecado. 

No existe ningún fundamento bíblico que lleve a confundir la salvación cristiana con las propuestas de signo político, con los programas económicos o de promoción social y cultural, aunque éstas no sean ignoradas. ¿Es preciso recordar con sencillez que Cristo no fundó ningún dispensario médico, por ofrecer un ejemplo, aún cuando curó a muchos? 

 La misión de la Iglesia es de naturaleza eminentemente espiritual, aunque a lo largo de su historia ha creado y promovido innumerables organismos de ayuda de todo signo. Los primeros cristianos manifestaron su amor a todos atendiendo a las necesidades materiales de todos sin olvidar las del alma. No daban sólo lo que les sobraba, eran generosos y espléndidos, sino que se daban “a sí mismos, primeramente al Señor y luego, por voluntad de Dios, a nosotros” (2 Cor 2,5). Con toda probabilidad alude S: Pablo aquí a la evangelización. 

No puede un cristiano conformarse con un trabajo que le permita ganar lo suficiente para vivir él y los suyos: su grandeza de corazón le impulsará a arrimar el hombro para sostener a los demás, por un motivo de caridad, y por un motivo de justicia” (S. Josemaría Escrivá). 

 Pero hay una pobreza cultural religiosa, una esclavitud y una ceguera del alma, que deben ser atendidas con mayor desvelo aún. “El que ama a su prójimo, debe hacer tanto bien a su cuerpo como a su alma”, sentencia S. Agustín. Preguntémonos: ¿me preocupan quienes me rodean, su falta de formación, su confusión doctrinal, su vacío, su tristeza? ¿Olvido que si ayudo a los demás a conocer a Jesucristo y seguirle pondré remedio a asuntos que no se solucionan con remedios humanos sólo y contribuiré a que, como en la sinagoga de Nazaret, muchos alaben a Jesucristo? 

 Recordando a S. Pablo, podríamos concluir que ya podemos distribuir todos nuestros bienes a los pobres, que si nos faltara el amor a Dios y, por él, a todos los hombres y a todo el hombre, no seríamos sino una campana que suena, alguien que se movió un poco, pero cuyo eco se pierde en el silencio del tiempo, como el tañido de las campanas cuando muere la tarde. 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 1- 4; 4, 14 -21 

 Ilustre Teófilo: Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. 

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».

Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com

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