“Europa debe plantearse preguntas claras y dejar de atrincherarse tras la hipocresía del laicismo militante. La felicidad de nuestros jóvenes depende de esto”.
El famoso filósofo francés Rémi Brague lleva años realizando un trabajo de elucidación sobre los fundamentos del hecho religioso, a lo que ha dedicado su último ensayo “Sobre la religión”.
¿Por qué ha querido escribir una obra sobre la religión en general?
Por un cierto fastidio a causa del modo en que se emplea, como algo banal, este término extraordinariamente ambiguo. Muchos dicen “las religiones” metiéndolas todas en el mismo saco, a menudo en el mismo saco de basura. He optado por un título plano porque quería reconsiderar así esta noción, planteando preguntas sencillas: ¿de dónde proviene la palabra y su uso?, ¿pertenece al pasado, o estamos en cambio ante la aparición continua de nuevos ídolos, aún más sanguinarios que antes?, ¿qué relación tienen las religiones con el derecho, la política, la violencia?
Sus tesis sobre las raíces cristianas de Europa, expuestas hace más de un siglo, se acogen ahora más favorablemente, incluso fuera del mundo católico y cristiano. ¿Es otro pequeño signo de una reflexión que, de un modo u otro, se abre paso en los países europeos?
Esas tesis me permitieron salir del microcosmos académico. Me alegra poder ayudar a reflexionar sobre el significado de Europa, que es mucho más antiguo y profunda que la UE. Europa bebe de fuentes culturales (prefiero esta metáfora a la de las “raíces”) que son un tesoro. Sería estúpido desprenderse de ellas. Todavía seguimos viviendo gracias a estas fuentes.
En nuestra época, marcada por las preocupaciones ecológicas, ¿las religiones siguen siendo el fundamento más sólido para legitimar nuestro llamamiento a la existencia de las generaciones futuras?
Realmente no veo otro. Los que hablan de “trascendencia horizontal” y nos ofrecen una versión precocinada del viejo mito del progreso no saben lo que dicen. El porvenir, las generaciones futuras, dependen de nuestra voluntad. ¿Cómo podría trascendernos lo que depende de nosotros? Las generaciones futuras existirán si decidimos ahora llamarlas a existir. Pero ciertamente no podemos pedirles su opinión, ni podemos estar totalmente seguros de que serán felices. Solo tenemos derecho a hacerlas nacer si la vida es un bien, un bien sólido y un bien en sí mismo. ¿Cómo afirmarlo si no creemos que todo lo que existe ha sido creado por un Dios bueno?
En Francia, y fuera de ella, los ámbitos laicistas suelen agitar los fantasmas de las guerras de religión. ¿Estas críticas o miedos tienen un fundamento concreto en la Europa actual?
Francia es un país que, después de dos siglos de relativa paz civil, sacudida por revueltas rurales, probó la sangre durante la revolución y no la perdió después, como vimos con la represión y la resistencia que siguió a las purgas de la posguerra. Hay una cierta ironía en el hecho de que los defensores de una laicidad militante, y por tanto guerrillera, quieran causar molestias a los creyentes evocando violencias pasadas. Además, imputándolas a la religión y olvidando el contexto que envenenó las diferencias religiosas, es decir, el nacimiento del estado moderno y su política secularizada, con Maquiavelo o Hobbes.
A propósito de la presencia demográficamente considerable de creyentes musulmanes en las sociedades europeas, ¿cuáles son las cuestiones más urgentes que los poderes públicos se deberían plantear?
Ante todo, tendrían que preguntarse si el dinamismo demográfico de los musulmanes no es una actitud sana y nuestro rechazo a la vida es en cambio una especie de enfermedad. El vacío de nuestras sociedades, antaño cristianas, pide quien lo supla. En Francia, un organismo estatal como el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED), fundado en 1945 para promover políticas que animaran a la natalidad, hoy sostiene la necesidad de la inmigración. Una pregunta saludable sería hasta qué punto las personas que vienen de países sometidos al islam querrían aceptar las reglas en vigor en nuestros países. Hay que plantear estas preguntas con claridad y dejar de promover medidas llamadas de “alcance social” como el matrimonio homosexual, el aborto, la eutanasia, el vientre de alquiler, que impactan a los musulmanes. Y que les empujan en brazos de aquellos que, en el mundo musulmán, afirman que Occidente está podrido.
El filósofo Jean-Luc Marion ha publicado recientemente una “breve apología” del catolicismo. ¿Es necesaria?
Con la palabra “apología”, mi viejo amigo Jean-Luc quiere sumarse a la segunda generación de los padres de la Iglesia. Entonces se trataba de responder a las calumnias con que el poder romano trataba de justificar las persecuciones. Ahora, al menos en Europa, las persecuciones no son violentas. En otros lugares sí, aunque de eso no se quiere hablar mucho. Aquí por el momento es más suave, actúan indirectamente, mediante burlas y risas, mediante el silencio y el rechazo a difundir lo que decimos, mediante la negativa a dejar espacio a alguien que pueda ser percibido como “demasiado católico”, así que habrá que ser el doble de valientes que los demás para poder conseguirlo. Dicho esto, nosotros no defendemos a los católicos sino la fe católica, que no es lo mismo. ¿Quién tendrá que hacerlo? ¡Quien quiera! Que se hable y se escriba, de la manera más inteligente y convincente posible. Luego, saber si seremos escuchados evidentemente es otra cuestión.
Entrevista de Daniele Zappalà.
Fuente: paginasdigital.es.
Publicado originariamente en: avvenire.it.almudi.org
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://lacrestadelaola2028.blogspot.com
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