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jueves, 10 de noviembre de 2016

Duelo al sol en Sevilla

Reencuentro histórico de ambos pintores en su ciudad natal en la primera exposición que confronta sus obras. En 1617 nace Murillo (el próximo año se conmemora el 400 aniversario de su nacimiento). Aquel año Velázquez superaba el examen como maestro de pintura. 

En 1660 muere Velázquez, año en el que Murillo funda la Academia de Dibujo de Sevilla. Apenas una generación (18 años) separa a los dos pintores sevillanos, genios del Barroco. Pese a lo que afirmaban con todo lujo de detalles Antonio Palomino y Ceán Bermúdez, ningún documento constata que se conocieran personalmente, aunque es más que probable que Murillo, en su viaje a Madrid en 1658, le visitara. 

También parece evidente que habría visto en Sevilla alguna de la veintena de obras que dejó Velázquez antes de su marcha a Madrid en 1623 en busca de gloria, que halló en una carrera deslumbrante al servicio de Felipe IV. Es el caso de «La Adoración de los Magos», que pintó para el Noviciado de los jesuitas de San Luis, o la «Inmaculada Concepción» encargada por los carmelitas de la ciudad. 

La historiografía, desde Diego Angulo hasta Enrique Valdivieso, siempre ha negado que Velázquez tuviera influencias evidentes en la pintura de Murillo. Pese a ello, resulta extraño que nunca se hubieran medido en una exposición ambos pintores. Y ha tenido que ser un británico de origen napolitano el que se haya decidido a hacerlo. «Puede ser bastante atrevido», advierte Gabriele Finaldi, director de la National Gallery de Londres y comisario de la muestra, casi pidiendo perdón por el «sacrilegio». 

Velázquez y Murillo se reencuentran en su ciudad natal, cuatro siglos después, en una cita histórica con la que la Fundación Focus celebra sus 25 años con sede en el Hospital de los Venerables y con la que arranca el Año Murillo. Se exhiben, en parejas y tríos, y apiñadas en una sola sala, 19 obras: 9 de Velázquez (fechadas entre 1617 y 1656) y 10 de Murillo (entre 1645 y 1680). 

La exposición cuenta, entre otras, con la colaboración de ABC (representado ayer en la inauguración por Catalina Luca de Tena, presidenta-editora; y Álvaro Ybarra, director de ABC de Sevilla). Hasta once instituciones han cedido fondos: cinco el Prado, al que se suman centros tan señeros como el Louvre, la National Gallery de Londres, el Meadows Museum de Dallas, la Frick Collection de Nueva York o la Wellington Collection de Londres. El duque de Wellington no faltó a la cita. Sí lo hicieron la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz (¿demasiado incómoda la foto junto a José Borrell, vicepresidente de la Fundación Focus?) y el alcalde de Sevilla, Juan Espadas. 

Nos aclaran que se hallan en una feria turística de Londres, donde promocionan el Año Murillo. Eso sí, dejando plantado al pintor en su cara a cara con el mismísimo Velázquez. Finaldi advierte: «No reivindico que Murillo salga de Velázquez. La exposición no propone una tesis revisionista que redefina la influencia de Velázquez en Murillo, sino una reflexión sobre elementos comunes en sus producciones artísticas». 

Más allá de un puñado de afinidades (virtuosismo técnico, maestría en el uso de la luz, grandes dotes narrativas, una paleta comparable, un lenguaje pictórico naturalista), ambos mantuvieron un estilo propio pintando en la Sevilla rica, culta y capital del comercio del XVII: Velázquez, sólo durante cinco años; Murillo, durante 44. Regresos emotivos Hay momentos emotivos en la exposición (como el regreso del «San Pedro Penitente» de Murillo al Hospital de los Venerables, al que lo legó Justino de Neve y que la Fundación Focus adquirió tras hallar Finaldi su paradero en 2012; o la visita por primera vez a Sevilla de las patronas de la ciudad, santa Justa y santa Rufina, préstamos del Meadows Museum). 

En «La Sagrada Familia del pajarito», Murillo reinterpreta décadas después lo que vio en «La Adoración de los Magos», de Velázquez: los colores, la composición, el sentimiento familiar... Ambos cuadros cuelgan juntos. Lo mismo que tres «Inmaculadas» (dos de Velázquez y una de Murillo): este vuelve a reinterpretar la nueva iconografía velazqueña. Al igual que hace con la pintura de género, reanudando en obras como «Niño espulgándose» o «Tres muchachos» la invención de Velázquez en cuadros como «Dos jóvenes a la mesa». ¿Cuál es el más velazqueño de los Murillos?, le preguntan a Finaldi. 

Se lo piensa. «Niños espulgándose», dice finalmente. Se toma una licencia: proponer que «La educación de la Virgen», de Murillo, que confronta con «La Infanta Margarita de blanco», de Velázquez, es «casi una escena cortesana; la Virgen niña se presenta como una pequeña princesa». La muestra se cierra con sendos autorretratos, donde posan con porte aristocrático. El de Velázquez salió del Prado con ciertas dudas de si era un autorretrato, un retrato de su hermano Juan... «Retrato de hombre», reza la inscripción en su marco. Pero, con el beneplácito de Javier Portús, especialista del Prado, en Sevilla se ha dado validez a la autoría velazqueña. 

 abc.es

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