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domingo, 20 de noviembre de 2016

EL DÍA DEL SEÑOR: CRISTO REY

Termina el Año Litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey. Pero ¿qué rey es éste que agoniza de forma tan atroz y humillante? Aparentemente todo parece un fracaso: las autoridades religiosas, el pueblo y los soldados romanos, ignorantes del misterio que presenciaban, se burlaban diciendo "A otros ha salvado, que se salve a sí mismo si él es el Mesías de Dios". También uno de los  crucificados con Él se unió al coro de los blasfemos. Jesús sufre y calla porque Él reina desde la Cruz y no desde el poder. Su reino es de amor: "Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito" (Jn 3,16).
Debemos rogar al Espíritu Santo que no olvidemos esta gran lección: la entrega de nuestra vida hasta el último aliento por amor a Dios y a los demás, unida a la de Cristo en la Cruz, es lo que nos salva y nos asocia a la implantación del reinado de Cristo en este mundo. Lo que resulta escandaloso o mera locura, es fuerza y sabiduría de Dios, "porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Co 1,25).

Frente a la tentación de la fuerza y el poder de un reinado político, Jesús reina desde la Cruz. Su corona son las espinas. Su cetro y su púrpura una caña y un manto de burla. Sus armas la verdad. Su ley el  amor. Ante el desafío para que emplee su poder divino bajando de la Cruz, el Señor calla. Pero su silencio también habla. Habla de un amor inmenso, grande como  el mismo Dios. Allí nos salvó de la muerte y luego entregó su Espíritu.
Salvo María, la Madre de Jesús y nuestra, y quienes están más o menos cerca de la Cruz, tan sólo un pecador arrepentido -el buen ladrón que la tradición conoce con el nombre de Dimas- alcanza a ver algo del misterio de Jesús y, con humildad, le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino. "He repetido muchas veces, dice S. Josemaría Escrivá de Balaguer, aquel verso del himno eucarístico: peto quod petivit latro poenitens, y siempre me conmuevo: ¡pedir como el ladrón arrepentido! Reconoció que él sí merecía aquel castigo atroz. Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrió las puertas del Cielo". Jesús, como de costumbre, le dio más de lo que pedía.
Hoy estarás conmigo en el paraíso. Cristo es Rey de un modo radicalmente distinto a los de esta tierra. Sí, existe un mundo en el que la verdad y la vida -como reza el Prefacio de hoy-, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz, contrastan con las perversiones que nos rodean. Cristo nos ha abierto las puertas de ese mundo. Es lo que hoy celebramos con toda la Iglesia. Que María nos consiga del Espíritu Santo el don de sabiduría para ver en los sinsabores y penas de la vida lo que va edificando el Reinado de Jesucristo.
 Lectura del santo evangelio según san Lucas (Lc 23, 35-43)
En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: –A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: –Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: Éste es el rey de los judios. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: –¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: –¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: –Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: –Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.

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