Toda construcción y toda seguridad humana es engañosa: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra". En este mundo todo pasa, sólo Jesucristo es lo permanente. De ahí que el Señor anime a los suyos a perseverar en la búsqueda de la salvación eterna a pesar de las resistencias, los malos tratos, las persecuciones que, por el testimonio de una vida cristiana coherente, encuentren en el camino.
"Esta espera de un mundo nuevo -enseña el C. Vaticano II- no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra donde crece el cuerpo de la nueva familia humana" (GS 39).Por eso S. Pablo advierte en la 2ª Lectura que el que no trabaja, que no coma. Habrá una oposición, en ocasiones muy fuerte, entre la verdad y la mentira, entre el servicio a los demás y la explotación de los más débiles, el amor y el egoísmo... "No tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero", dice el Señor, pero el trabajo paciente y esperanzado impondrá al final su ley, y "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá".
La revelación de que Dios nos creó para que trabajáramos (Cf Gen 2,15) y que con ese trabajo la criatura humana va santificándose y santificando la vida cotidiana, ha sido una constante en la predicación del fundador del Opus Dei: "El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de la Humanidad..., medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora" (S. Josemaría Escrivá).
La seriedad en el cumplimiento de los propios deberes no es una simple cuestión de honradez u ocasión de lucro egoísta y vanagloria, es un mandato divino. Ciertamente tenemos en nuestras manos, con ese trabajo, los intereses de muchos, su prestigio, sus economías, sus derechos, algunos -los médicos- su salud y sus vidas. No debemos hacer chapuzas. Pero como ese trabajo interesa a Dios, esa responsabilidad se agranda.
Con ese trabajo santificado y santificador, vamos colaborando con Dios en la progresiva implantación del Reino de Cristo. "Reconociendo que el Reino de los cielos es esencialmente don -dice J. L. Illanes- y don al que se llega después de la muerte, se debe afirmar que, al fin de los tiempos, lo transformado no será un mundo cualquiera, sino este mundo, es decir, el mundo que ha sido conformado por el trabajo y el esfuerzo humano; en otras palabras, los cielos nuevos y la nueva tierra están, aunque oscura e imperfectamente, siendo preparados por el trabajo humano".
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 21, 5-19)
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: –Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. Ellos le preguntaron: –Maestro, ¿cuándo va a ser éso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Él contestó: –Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: –Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía.
Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
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